
La sed que me dejó el bocadillo de jamón que comí en el aeropuerto (comprado a propósito en
el Mercado Central) y la estrechez del espacio entre butacas provocaron que las dos horas y
cuarenta y cinco minutos de vuelo entre Valencia y Tenerife se me hicieran largas. El libro que
tenía entre mis manos, con un argumento de futuro postapocalíptico, tampoco lograba que el
tiempo transcurriera con mayor rapidez.
Qué ver en la isla de Tenerife
Sea como fuera, el avión de Ryannair aterrizó en el aeropuerto de Tenerife Norte sobre las seis
de la tarde, hora -por supuesto- canaria. Con la rapidez habitual en esta compañía, Cicar nos
entregó el coche de alquiler. Se trata de un Opel Corsa gris que nos iba a acompañar, o, escrito
con más precisión, llevar, en los próximos días.
Puerto de la Cruz
Con él nos desplazamos hacia Puerto de la Cruz, donde nos alojamos en un apartahotel -de
nombre Casablanca, como la cercana metrópoli marroquí-. con piscina incluida para darnos los
primeros chapuzones al aire libre de 2025 en un lugar con clima tan paradisíaco como las Islas
Canarias. Cada vez que vienes te entran más ganas de repetir. La atención amable y profesional
al turista acrecienta ese sentimiento.

La hora que aterrizamos nos permite darnos ese chapuzón piscinero y adentrarnos en Puerto
de la Cruz para pasear por su casco urbano, junto a su muralla, y llegar al monumento de
homenaje a la pescadora. Estamos de carnaval, que se retrasó una semana por el mal tiempo,
con lo cual las calles se hallan atestadas de personas disfrazadas con diversidad de estilos y
gustos.
En nuestro caso, más sobrio, nos acercamos a cenar a la Cofradía de Pescadores, un
restaurante con vistas al puerto en el que degustamos las primeras papas con mojo del viaje.
Por desgracia, no quedan ni lapas, ni mejillones ni almejas. Un paseo en pendiente de ascenso
para retornar a la base hotelera completa la jornada.
Qué ver en La Laguna, Tenerife

El segundo día empieza como terminó el primero, con paseo por el casco urbano de Puerto de
la Cruz. Tener una primera impresión nocturna de un lugar nunca me ha gustado. Suele perder
mucho atractivo en mi opinión. Al contemplarlo al día siguiente parece que te encuentres en
un sitio diferente.
El objetivo hoy es la señorial ciudad de San Cristóbal de La Laguna, la única declarada
patrimonio de la humanidad en esta comunidad autónoma en un país, España, repleto de
lugares con esta catalogación, ya sea por su patrimonio material o inmaterial (las Fallas de
Valencia se sitúan en este segundo concepto) o por su fascinante naturaleza.
En La Laguna, localidad de Tenerife fundada en 1496 como villa precisamente sobre una laguna, hemos
quedado con Carlos, un guía guasón que, con un rictus serio, nos irá sorprendiendo con su
singular sentido del humor. Empezamos el recorrido por la plaza del Adelantado y desde allí
deambulamos junto a la catedral, al barrio de casas inglesas, la histórica librería del siglo XIX, el pasaje del pub El Rincón de Tintín, el antiguo convento de Santo Domingo de Guzmán y otros numerosos lugares del casco histórico.
Terminamos comiendo en un sitio recomendado por nuestro cáustico guía: bodega Viana. Se
trata de un local de aspecto casero, sin alardes y con todos los platos deliciosos y un precio
bastante asequible, además de la buena atención que, hasta la fecha, siempre hemos recibido
en Canarias.
Desde allí volvemos al solar en pendiente donde hemos aparcado, ya que no resultaba sencillo
hacerlo en el barrio antiguo de esta ciudad que supera los 150.000 habitantes, y nos dirigimos
hacia El Sauzal. En esta pequeña localidad costera con escaso encanto más allá de contemplar
la fachada de las casas de veraneantes damos una vuelta rápida con el coche, sonreímos al leer
el cartel de ‘Sauzalito’ que recuerda a la conocida ciudad californiana que se escribe casi igual y
nos marchamos.
En un día soleado y estival todavía en invierno apetece tumbarse al sol en una hamaca en el
amplio balcón de nuestra habitación y chapotear en la piscina. Estas oportunidades no pueden
desaprovecharse.
Una parada en La Orotava de Tenerife

Después de emplear parte de la tarde en estos menesteres ociosos, volvemos a subir al coche
y nos dirigimos a la bella población de La Orotava, que emerge sobre el valle del mismo
nombre. De ella destacan sus casonas señoriales, sobre todo la conocida popularmente como
De los Balcones, con sus tres líneas de ventanales: los más bajos con estilo de guillotina, y los
cinco medianos y el corrido de arriba sobre la base de madera. Espectacular la fachada de la
oficialmente denominada Casa Fonseca. También es un museo, pero las horas ya tardías
conllevan que esté cerrado.
Paseando entre subidas y bajadas y contemplando las numerosas casas señoriales llegamos a
los espectaculares Jardines del Marquesado, con su cripta, sus espacios privados construidos
con ramas, su croar de ranas y un sinfín de detalles que comportan una visita diurna más
pausada para disfrutarlos. Nos quedamos con las sensaciones.
De noche ya, vamos a cenar a un guachinche, nombre que recibe la típica cantina canaria con
buena comida y precio reducido. Elegimos Los Gómez, en una cuesta en las afueras. No
tenemos mucha hambre, aunque pese a ello nos atrevemos con un plato de ropa vieja, con su
carne mechada, patatas y garbanzos.
Todavía percibimos en nuestro estómago el almogrote y el gofio degustados este mediodía. Un
poco de vino tinto tinerfeño de la casa completa el menú antes de volver al hotel para concluir
el día delante del ordenador, escribiendo estas líneas, en el balcón de unos 50 metros
cuadrados -no exagero- sintiendo en el rostro la deliciosa caricia de la brisa marina.
Tercer día y de nuevo paseo por Puerto de la Cruz, esta vez desde el complejo comercial y la
playa de Martiánez y en ascenso hasta el hotel Best Semiramis, que se asoma sobre un
pequeño acantilado que forma la escollera con su elevación.
Hacia el volcán del Teide

Después de desayunar y contemplar una animada partida de petanca inglesa, nos subimos al
coche y emprendemos camino hacia el Parque Nacional del Teide, uno de los tesoros de Tenerife. Afrontamos una hora larga
de recorrido entre curvas de subida que está a punto de truncarse aproximadamente a los mil metros de altitud, cuando una densa niebla apenas deja ver los metros que hay delante en la carretera.
Ante la advertencia en diferentes páginas digitales de que mañana el día puede estar más
nublado decidimos continuar y un par de kilómetros después, ya alrededor de los 1300 metros
sobre el nivel del mar, la niebla se disipa y empiezan a predominar los rayos de sol. Seguimos
hasta superar la zona del teleférico y llegar al Mirador de la Ruleta.
Después de dar unas cuantas vueltas por los pequeños aparcamientos atestados, conseguimos
dejar el vehículo en la puerta del parador y, desde allí, comenzamos a andar parque natural a
través hasta enlazar con el sendero número 3, que es el que queremos acometer. Bordea el
Roque García y cuenta casi todo el tiempo con la perspectiva en la lontananza del cráter del
volcán.
Sendero y parador

La ruta, de 3500 metros, tiene una dificultad media, con algunos tramos que conllevan cierto
riesgo por el menguante espacio para caminar en ascenso y el vértigo que comienza a dar
mirar hacia abajo. Pasamos junto a diferentes roques y miradores para desembocar en el
peñasco que se conoce como La Catedral por su singular fisonomía.
Ya son pasadas las tres de la tarde y estamos más o menos lejos de otros restaurantes, por lo
que nos adentramos en el del parador. Por unos 20 euros por persona comemos bastante
bien, con una tapa de quesos canarios y una cata de aceite de lugar, por ejemplo. Todo ello
con la panorámica del terreno volcánico y la cima del Teide.
Otra hora larga para retornar a Puerto de la Cruz con ganas de volver a disfrutar de la piscina
en esta época del año poco proclive a ello. El tiempo de las Canarias incita a ello. Después de
saciarnos del ejercicio, nos dirigimos al cercano centro comercial Martiánez.
Queremos aprovechar los precios más baratos de algunos productos en las islas respecto a la
península. No lo conseguimos en este lugar, pero sí en el céntrico outlet de Benetton. Por el
recuerdo que tenía del establecimiento de Lanzarote y tras observar uno similar en la Laguna,
buscamos y encontramos el del Puerto de la Cruz de esta conocida marca italiana.
Un crepe callejero y nos asomamos a la barandilla del paseo marítimo para quedar
hipnotizados por la fuerza de las olas al romper e inundar de blanco las rocas de la orilla. El
color que conforman en esta noche cerrada me recuerda al del batido de galletas Oreo. Será
que me apetece uno.
El viaje lo hemos centrado en el noreste de Tenerife, sin más pretensiones que ver lo que
podamos y disfrutar del recorrido sin agobios, como dan la apariencia de vivir los canarios.
Con, en general, tranquilidad y palabras amables y sonrisas en las conversaciones.
Parque de Anaga

Hoy toca carretera, más incluso de la prevista. El objetivo lo constituye el Parque Rural de
Anaga, el pico que sobresale en la parte superior derecha en la morfología de esta isla que
recuerda a la España peninsular.
Nos dirigimos a Santa Cruz de Tenerife con desvío hacia San Cristóbal de la Laguna y, desde
aquí, comienza el ascenso por Las Mercedes rumbo a La Cruz del Carmen, desde donde parte el denominado Sendero de los Sentidos, por el bosque de laurisilva de este parque rural
declarado reserva de la biosfera.
No obstante, los propósitos no tienen por qué coincidir con la realidad. Ocurre en cierto modo
como el día anterior en el Teide, que los aparcamientos habilitados se han quedado pequeños
para el volumen de visitantes. La consecuencia radica en que resulta imposible aparcar en el
espacio delimitado para hacerlo ubicado delante del origen del sendero citado anteriormente.
Y antes y después únicamente existe carretera de montaña, sin arcén.
En esta tesitura nos vemos obligados a pasar de largo, lo que nos lleva, un par de kilómetros
después, hacia el Mirador del Inglés, que muestra una fabulosa panorámica de la isla mientras
escuchamos los acordes de una música estilo celta que interpreta en el lugar un artista
itinerante. ¡Para embriagarse de buenas sensaciones!
Taganana, uno de los municipios más antiguos de la isla de Tenerife

Enfilamos el ascenso hacia la cima del parque para, a continuación, descender casi en cascada
a Taganaga, municipio que data de comienzos del siglo XVI, lo que lo convierte en uno de los
más antiguos de la isla. Da para un paseo entre subidas y bajadas, como ocurre en casi todos
los cascos urbanos tinerfeños. En este caso sobresalen sus preciosas casas encaladas o la
ermita de Nuestra Señora de las Nieves.
Continuamos por la isla de Tenerife hasta la playa del Roque de las Bodegas para contemplar el azote del encrespado
mar sobre los espigones y los riscos protectores en este día de alerta meteorológica y
decidimos emprender el camino en sentido contrario para seguir por costa norte hacia La
Laguna.
Conducimos en dirección a San Andrés para desviarnos, previo paso céntrico por Tegueste,
hasta Bajamar, donde comemos en el restaurante de Cofradía de Pescadores de Bajamar. Al
tercer día hemos podido probar la vieja, uno de los pescados autóctonos más afamados.
Siempre acompañado de papas y mojo picón, rematamos el ágape con un bienmesabe, postre
repleto de una generosa dosis de almendras entremezclada con helado de vainilla. Y con un
barraquito, el café canario con su dosis de Licor 43.
Y, de nuevo hipnotizados por el fenómeno, nos plantamos junto a sus piscinas naturales para
comprobar cómo las olas del océano saltan sobre ellas, las invaden y, después de llenarlas, se
retiran.
Ese rugir oceánico en Tenerife constituirá uno de recuerdos más impactantes de este breve viaje
preprimaveral al archipiélago canario, esa autonomía alejada del cogollo de España que cada
vez que la visitas te marchas con más pena y con el ánimo cargado de ganas de retornar.
Consulta aquí otros reportajes que pueden interesarte:
Dejar una contestacion