El municipio de El Toro (Castellón), con alrededor de 240 habitantes, da nombre a la sierra que lo rodea y está ubicado a seis kilómetros de Barracas, la última localidad de la Comunidad Valenciana en la autovía Mudéjar antes de entrar en Aragón.
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Por tanto, esa carretera resulta la forma más habitual de llegar a esta población de montaña muy recomendable sobre todo para dos tipos de visitantes: quienes exploran senderos que recorrer y quienes buscan reposo absoluto en un ambiente bucólico.
Desde la cima de los vestigios de su castillo se contempla tanto el casco urbano como el entorno que lo circunda. En este último se puede disfrutar de diferentes rutas, como la de los navajos o estanques de agua, pero también de dos lugares muy singulares. Y aquí vienen las primeras recomendaciones de espacios que sorprenden por su originalidad.
La aldea de El Molinar, en El Toro
Únicamente puede entrarse a pie, ya que unas cadenas en sus dos accesos bloquean el paso a vehículos para salvaguardar la paz en esta especie de Shangri-La. Una de las formas de llegar, la más corta desde El Toro pero también la que reviste mayor complicación, consiste en salir de la localidad desde la calle Virgen de los Desamparados, trasversal a donde está situado el hotel restaurante Los Abriles (principal alojamiento de la población y lugar prioritario para comer) y, a unos dos kilómetros, desviarse por donde indica, en un cartel, aldea de El Molinar-nacimiento del río Palancia. Los vehículos que no sean 4×4 lo tendrán algo más difícil entre socavones y elevaciones por esta senda ampliada, hasta que se planten ante las cadenas de El Molinar.
La otra opción consiste en ir desde El Toro a Barracas, tomar la autovía en dirección a Viver, acceder a Bejís y, desde allí, tomar rumbo a la aldea. Una alternativa más larga pero también con mayor segura si se circula en un turismo.
De El Molinar llama la atención todo. Las casas situadas a diferentes alturas, la carencia de asfaltado en el interior de la aldea, la vegetación en perfecta armonía con las escasas construcciones de madera, la cascada que invita a la contemplación y el silencio, la falta de tiendas… Es una suerte de espacio recogido en plena sierra, silencioso, donde sus contados habitantes piden que se mantenga ese recogimiento, en el que merece la pena sentarse y reposar.
Y, quien se anime, puede iniciar desde la aldea el recorrido a pie que le llevará al inicio del río Palancia: toda una aventura saltando en diferentes tramos el cauce fluvial por troncos y piedras, superando riscos y sumergiéndose entre frondosa vegetación. Se trata de una ruta de unos siete kilómetros.
El polvorín, instalación solitaria de la Guerra Civil
Un recorrido peatonal interesante, aunque se inicie por carretera. En este caso vamos en dirección a Alcotas (en sentido contrario a Barracas). Ya en el extremo del municipio verás la señal que indica el polvorín y que lo sitúa a manos de tres kilómetros de distancia. A unos 600 metros comienza la senda, también anunciada en un diminuto cartel, que lleva hasta la antigua base de armamento.
El camino va ascendiendo, con tramos boscosos y otros despejados de arboleda. Aunque no aparezcan más señales hasta el lugar, no tiene pérdida. Una vez allí, solitario, podemos entrar por una de las dos puertas de esta instalación de la Guerra Civil, en un frente en el que la lucha resultó larga y enconada, y salir por la otra. No existe luz interior, ni señales ilustrativas, aunque el lugar se halla perfectamente conservado. Únicamente un cartel exterior que explica en qué consistía esta especie de refugio de unos 16 metros de extensión. Fuera, a escasos metros, queda el perímetro de lo que fue una caseta de vigilancia.
Casco urbano con encanto rural y diminutas callejuelas
El pueblo tiene su encanto montañés, rural. Lo cruzan la Travesía Mayor y su prolongación, la calle Colón. En ella se encuentra la única tienda de alimentación que hace también las veces de panadería y sus tres bares, cada con uno con sus respectivas terrazas.
También se puede contemplar los soportales del actual ayuntamiento, que en sus orígenes, en el Medievo tardío, ejerció de lonja como enclave comercial. En la actualidad constituye uno de sus principales encantos, junto a la plaza Rey Don Jaime, con su enorme fuente. En ella se instala el mercado ambulante de los sábados, y la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles.
En paralelo a la calle principal, con sus dos nombres, que sirve de entrada y salida de vehículos del municipio, se desata un lazo de callejuelas, de entre las cuales destaca la del castillo. En parte porque desemboca en los vestigios de la antigua fortaleza. Su mayor encanto es la panorámica que ofrece, ya que quedan poco más que algunos muros exteriores, También por las diminutas callejuelas que emergen de ella. Alguna de ellas da para pasar una persona con los brazos pegados. Si los estira, posiblemente no podrá.
Dónde comer y alojarse: recomendamos el hotel rural Los Abriles, ubicado en el mismo casco urbano de El Toro.
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Más información: Ayuntamiento de Toro