Seguimos nuestro recorrido por Jordania, ahora rumbo a la mítica Petra. Después de disfrutar de la experiencia relajante de un hammán, en este caso mixto, toca ir a dormir pronto en un hotel magnífico como el Élite Petra, el mejor con diferencia de los que nos alojarán en este viaje. A las seis de la mañana nos despertaremos para visitar la mítica ciudad de los nabateos.
Como amanece poco después de las cinco y la luz entra a raudales a través de las finas cortinas, pronto estamos en pie. Desayuno abundante – la alimentación del viaje la basamos en los desayunos y las cenas- bajada de maletas para subirlas al autobús y transporte hasta el inicio del extenso recorrido que haremos hoy a pie.
Por cierto, aunque nos dijeron que no hacía falta prácticamente cambiar dinares porque, teóricamente, en Jordania todo se puede pagar en euros o con tarjeta, nos han venido de maravilla los que cambiamos a un precio abusivo en el aeropuerto de Madrid. En muchas pequeñas tiendas no tienen datáfono, y la opción del euro la desechan en favor del dólar con frecuencia. La divisa norteamericana la admiten con facilidad.
Superamos el centro de visitantes y a partir de ahí iniciamos el recorrido de alrededor de un kilómetro, con la constante oferta de propietarios de burros que nos acompañará en toda la estancia por Petra, hasta llegar al famoso siq, el desfiladero por cuya base se entra en la urbe que vio florecer a los nabateos. Resulta impresionante ponerse en el lugar de quien quería atacar la ciudad y se veía asaeteado o aplastado por rocas que le lanzaban desde la parte superior.
Booking.comEstos 1.200 metros de distancia resultan una barrera natural infranqueable. Contrastes de colores, rocas con formas de animales, otras antropomórficas, representaciones de divinidades… el siq guarda numerosos secretos. “Id con la vista loca”, nos repite el guía para que miremos a todas partes.
Y, de pronto, vemos frente a nosotros El Tesoro, la joya de Petra, el enorme pórtico de casi 40 metros de altura esculpido en roca que saltó a la fama en una de las aventuras del cinematográfico Indiana Jones y que impresiona cuando te sitúas frente a él. En la explanada anterior, un batiburrillo de beduinos, camellos y burros se mueve sin parar, aunque no te distrae un ápice debido al impacto de la visión de El Tesoro. Te recreas en ella, repasas sus columnas, sus figuras…, te choca que la belleza se acaba en el exterior, que no haya algo más dentro.
A partir de aquí empieza Petra. Caminamos, vas dejando tiendas de todo tipo hasta llegar, observas las enormes tumbas excavadas en las montañas mientras observamos ya los restos romanos, el teatro, el cardo máximo, el arco de Adriano… así hasta alcanzar al cúlmen, al inicio de esos aproximadamente 850 escalones comprendo que la cifra cambie depende de quien te la cuente porque algunos de esos escalones están difuminados en la piedra – para llegar hasta el monasterio, una especie de réplica de El Tesoro, con diez metros más de tamaño aunque menos elegancia.
La subida vale la pena por el reto, por el templo y por las vistas del valle, aunque aparecen en el cima numerosos carteles prometiendo vistas maravillosas que te acaban conduciendo a una tienda sin más.
El ascenso al monasterio
A buen ritmo, el ascenso se hace en unos 40 minutos. Lo más complicado en muchas ocasiones consiste en esquivar los excrementos de burro que jalonan el camino, ya que algunas personas optan por aceptar la oferta de subir o bajar en estos animales. Si estás más o menos en forma, no lo recomiendo. Prefiero afrontar el reto físico.
Y una vez bajas, toca desandar todo el camino, porque de Petra se sale por el mismo sitio por el que se entra. No nos da tiempo a ver mucho más, aunque el yacimiento urbano es inmenso y te quedas con ganas de adentrarte en el templo de los leones alados o en visitar más cuevas que sirvieron de tumbas para potentados de la ciudad de los nabateos, que gastaban más dinero en habilitar su morada para yacer su cuerpo una vez fallecidos que la que aprovecharon en vida.
La vuelta implica una hora y cuarto ya bajo un sol fulminante aunque con una leve brisa que se agradece mucho, pisando arena que cambia de tonalidad y repasando la belleza de El Tesoro o del siq. Y desde Petra, unas dos horas y media a la costera Aqaba, el puerto de Jordania en el mar Muerto, última etapa de este viaje en una ciudad desde la que se divisa territorio israelí y egipcio.
En esta urbe de alrededor de 200.000 habitantes nos alojamos en la zona de Tala Bay, a más de una decena de kilómetros de la ciudad, en un espacio portuario de recreo con sus playas privadas, algo bastante normal en este país.
Llegada a Áqaba
En Aqaba la sensación de bochorno se tiene desde el amanecer prácticamente, más aún que en los otros puntos de Jordania que venimos de recorrer. Vuelvo empapado de un breve paseo matutino para contratar, junto al diverso y a la vez cohesionado grupo que formamos en este viaje, un recorrido de buceo para mañana. Por 30 dinares (unos 37 euros) estaremos cuatro horas, con comida incluida, para ver la variopinta fauna marina que da fama al mar Rojo. Eso será mañana.
Hoy, después del desayuno en el hotel Marina Plaza, nos damos un respiro en la piscina. Cada 20 minutos hay que entrar y permanecer un rato dentro del agua. El calor no permite aguantar más tiempo bajo las sombrillas. La mayoría de mujeres se sumerge con vestido completo y el pelo cubierto. Dos monitores con un acento inglés que suena bastante británico (inusual en este viaje) amenizan la mañana con bailes y sesiones de gimnasia.
Y aquí, en este complejo de Tala Bay, voy a hacer la otra profundización en las costumbres árabes (la primera es el hammam) que intento que no se me escape cuando visito algún país musulmán (también en los que no son árabes).
Me voy de barbero. Además, tengo suerte. Cojo en el propio Tala Bay a un profesional de elevada cualificación. Me afeita a conciencia con brocha, navaja y jabón y luego repite el proceso con polvo de talco y maquinilla eléctrica. Orejas, orificios de la nariz -incluso por un agujerito característico que tengo bajo ella me introduce una aguja, supongo que para quitar un pelillo-, cejas… Finaliza con una limpieza facial y lavado y peinado. Por siete euros me deja la cara rasurada al máximo, como la de un imberbe.
De allí vamos a la playa privada del hotel, con dos piscinas junta a ella, en una de las cuales han construido una barra interior y sirven bebidas a los bañistas, que pueden sentarse en sillas sumergidas. En esta playa se puede pedir teóricamente lo que quieras escaneando un código QR en la hamaca y te lo traen hasta la misma orilla. Probamos pero no funciona. Después de hablar con el jefe de camareros porque el pago sí ha sido hecho por tarjeta, hacemos el pedido al estilo tradicional, yendo al chiringuito playero. Desde nuestro lugar, en Jordania, observamos al otro lado de este tramo del mar Rojo territorio egipcio e israelí.
El sol sigue abrasando, por lo que, poco amigos de la playa, no duramos mucho a pesar de que las hamacas resultan más que cómodas. Tenemos previsto cenar sobre las siete (seguimos con el hábito de este viaje de desayuno y cena abundantes y nada al mediodía) para luego visitar Aqaba al anochecer, cuando el sol haya desaparecido y amaine algo el calor. Hemos reservado autobús a las 8,35.
El día lo rematamos con un paseo por Áqaba, básicamente por la céntrica avenida Rey Hussein. A las diez de la noche está abarrotada de gente paseando, comiendo, bebiendo o vendiendo. Todo abierto, aunque nada que ver con el fragor de insistencia vendedora de otros países. Aquí te llega alguna oferta suelta, pero dejan que mires y solo cuando entras se aceercan a explicarte.
Ambiente familiar en las playas y de noche
Bajamos a la corniche, al paseo marítimo, para contemplar la playa abarrotada de familias. A alguien que viene de España, donde lo que se aprecia es tumbarse en la arena para broncearse, le choca tanto bullicio nocturno, a la sombra de la noche.
La playa céntrica y pública apenas dispone de unos veinte metros, por lo menos a estas horas, entre la orilla del mar Rojo y el paseo marítimo. Toda la primera línea está repleta de personas chapoteando, hablando, fumando de las típicas cachimbas o pidiendo algún zumo a los camareros que pasean por la arena con las bandejas repletas de vasos con contenido de diferentes colores que mece granizado de hielo. Un lugar muy animado para sentarse a observar y a paladear el ambiente de esta cosmopolita ciudad mientras contemplas, al otro lado del mar, las luces de viviendas de Israel o Egipto.
Por cierto, también con bastantes perros abandonados que huyen atemorizados en cuanto te acercas. En el mar Muerto, paseando en solitario junto a una carretera, me topé con una jauría de siete grandes perros. Al aproximarme a ellos se marcharon despavoridos sin que les hiciera el mínimo gesto. En una gasolinera, posteriormente, vi en las cercanías cómo unos jóvenes perseguían a varios perros. En el paseo por Áqaba no había personas andando con mascotas; únicamente me percaté de canes abandonados tratando de alimentarse.
Buceo en el mar Rojo
Último día. Te levantas casi tan cansado como te acuestas por estos calores y humedades inclementes. Me hago el ánimo de dar el paseo matutino, aunque sepa que no hay mucha más opción que andar en paralelo a la autovía o caminar por el puerto y las calles del resort Tala Bay. Hago las dos cosas. Paseando me voy primero en dirección a Arabia (estamos a diez kilómetros de la frontera) hasta que finaliza la acera de la autovía porque ya se ha acabado la línea de hoteles. La playa o alojamientos hoteleros, la autovía y el infinito desértico transitan en paralelo.
Después retorno y sigo en dirección a Áqaba, hasta las primeras playas públicas. Vuelvo y disfruto del último desayuno con shrak, el pan jordano, que mezclo con diferentes sustancias pastosas de sabores variados y de aspecto similar al internacional hummus. Luego, macedonia de frutas con yogures y una taza de té.
Hoy nos espera un día muy largo, con regreso por la noche y madrugada a España. Antes nos iremos a una playa cercana a bucear, una de las actividades más habituales para turistas en el mar Rojo.
A las 12 nos recoge el autobús para desplazarnos a Berenice Beach, a menos de dos kilómetros. Nos ha costado 30 dinares (unos 37 euros) una jornada completa. Nos dejan en un complejo con tres piscinas, una grande con barra y bar en el interior, otra para familias y una tercera para niños. Todo junto a una playa privada, con una parte más tranquila y otra con chiringuito y música. A las 14,30 tenemos la comida. En este caso se trata de buffet de ensaladas y una parrillada a la brasa de pinchos de pollo, cordero y ternera.
Jornada de catamarán y buceo (con percance incluido)
De ahí nos vamos directamente al catamarán que nos espera para tres horas de buceo. Hoy el mar está encrespado y con corriente. Nos llevan a la primera zona. Nos lanzamos con las gafas y el tubo que nos prestan. Aquí el objetivo consiste en ver corales, con montañas en el fondo del mar en las que se esconden erizos marinos y diversos tipos de peces.
El guía de esta expedición coge velocidad nadando y se marcha unos 400 metros. Le seguimos por un mar con bastante corriente que nos aleja del barco y de la orilla, aunque en el lugar la profundidad, a pesar de hallarnos a apenas cien metros de la costa, es de unos ocho metros. Conseguimos alcanzar al guía a base de brazadas y nos explica que en el punto donde se encuentra, bajo el mar, hay un tanque. Lo contemplamos perfectamente embadurnado de algas y otra vegetación marina. A unos 50 metros se halla un avión, también sumergido. Volvemos al catamarán porque nos dirigimos a otro punto de buceo.
Nos lanzamos de nuevo a buscar un ´jardín japonés´, como nos lo ha calificado. Mientras tratamos de encontrarlo y nos superan bandadas de peces cebra, escuchamos gritos de auxilio. A uno de los componentes del viaje le ha sucedido algo en el mar. Otros compañeros llaman al barco para que acuda alguien con rapidez en ayuda. Todo ocurre con rapidez, aunque por suerte consiguen rescatarlo sano y salvo. Lo cierto es que el buceo no resulta sencillo. Hay bastante corriente y vamos un poco a nuestro libre albedrío, sin monitores pendientes en este segundo caso por si ocurre una emergencia, como ha acaecido. En el anterior, con solamente uno.
Al final, volvemos todos al catamarán, ponen la música a tope, el ambiente se anima con baile y fotos, y culminamos la tarde en plan festivo todo el grupo al que el viaje a Jordania nos ha unido.
Retornamos al hotel con el tiempo justo para contemplar nuestra última puesta de sol en Jordania y en el mar Rojo. Lo hacemos en unas hamacas, en primera línea de la playa privada. De ahí vamos a una tienda y luego afrontamos recogida de maletas, cena, y a esperar a que nos recoja el autobús para iniciar el largo viaje de retorno, con escala en Estambul y noche en blanco incluida.