Por el Camino de Santiago Portugués (Central): de Oporto a Valença do Minho (1)

Después de tres años recorriendo etapas del Camino de Santiago Francés, el clásico, el que enlaza Roncesvalles con la celebérrima ciudad compostelana, decidí que me motivaba más conocer otra ruta diferente, con distintas características.

Tuve dudas entre afrontar un tramo del Camino del Norte o inclinarme por el Camino Portugués, que me venía atrayendo desde hace más tiempo. Así que mi opción fue este último. Y mi objetivo, recorrer el trazado central (no el de la costa) entre Oporto y la frontera con Galicia, hasta Valença do Minho.

De este modo, aterrizo en la urbe del Duero y del estadio Do Dragao en un vuelo de Air Europa. La amabilidad de los vigilantes de seguridad del metro nos facilita el acceso a billetes a la mayoría a quienes vamos a coger un transporte sobre el que no vemos paneles informativos ni mapas en la estación. La estación del aeropuerto de Oporto es en superficie, como la mayoría de aquellas por las que pasaremos hasta Trindade, en el centro urbano y a un kilómetro de distancia de nuestro albergue, el Wine Hostel.

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Sobre las calles adoquinadas que caracterizan Oporto y los municipios periféricos, como pronto comprobaremos, van subiendo y bajando cuestas las maletas hasta llegar al alojamiento. No es un albergue de peregrinos al uso; más bien se trata del clásico youth hostel donde los horarios de descanso no coinciden con los de reposo habitual de usuarios del Camino de Santiago, que sobre 22,30-23,00 horas ya apagan luces para madrugar al día siguiente. Aquí el trasiego nocturno no nos dejará apenas pegar ojo.

Eso sí, hasta que llegue ese momento aprovechamos para dar un amplio paseo por las dos orillas del Duero, transitar junto a las típicas casas de colores (ya algo incoloras) y junto a las bodegas que atraen con múltiples reclamos para ofrecer el tan renombrado -sobre todo en el Reino Unido- vino autóctono, con ese sabor dulzón al que remata un tono amargo.

El puente de Dom Luis

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Azulejos de la estación de tren de Sao Benito, Oporto.

Atravesamos el puente metálico de Dom Luis, pasamos junto a la catedral y a la torre de los clérigos y entramos en la bella estación de tren de Sao Bento y, sobre todo, paseamos por esta ciudad cada vez más abarrotada de turistas, que parece permanentemente en obras y que mezcla con cierta clase y sensación de despreocupación una imagen decadente y bohemia a la par. 

El recorrido es un calentamiento para lo que espera en la primera etapa. Por cierto, las colas para traspasar la puerta de la librería Lello (la que en teoría inspiró a Rowling en su universo literario sobre Harry Potter) cada vez me parecen más excesivas. Sobre todo si ya has entrado antes y sabes lo que se van a encontrar quienes esperan.

Como ya he contado, la primera noche en la habitación a compartir por ocho resulta complicada. Me suele ocurrir en la pernoctación inicial en albergue, pero en este caso se acrecienta porque excepto mi acompañante y yo, el resto de huéspedes alojados en el habitáculo no es peregrino. Por tanto, y a pesar de que tratan de respetar el sueño ajeno, no buscan ese rigor en el descanso de quien sabe que le espera una larga etapa al día siguiente. En resumen, hay un constante movimiento nocturno. A las cuatro y media me desvelo definitivamente y a las seis ya estamos en las calles de Oporto.

La primera etapa del Camino de Santiago Portugués

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Comenzamos el recorrido de hoy, que se alargará unos 36 kilómetros, en la céntrica calle peatonal Cedofeita. En las guías dicen que el Camino está bien señalizado. La realidad, principalmente al inicio, nos demuestra lo contrario. Y, sobre todo, en la oscuridad. Existe una manifiesta escasez de indicaciones, tanto de conchas azules o en el suelo como de flechas amarillas.

En algún sitio, como cuando llegas a la capilla de Ramada Alta, si no te guías por la especializada web Gronze resulta casi imposible saber que hay que voltear el templo y continuar por una calle posterior.

Por calles adoquinadas

Los primeros nueve kilómetros, hasta Araújo, transcurren entre búsqueda de flechas y trasiego por espacios periféricos y aledaños de Oporto. Casi siempre por calles adoquinadas, en las que la pisada no es homogénea, lo que empeora lesiones como la de mi rodilla derecha. Es lo que hay. Cuando un peregrino se lanza a recorrer el Camino nunca sabe lo que le espera y ha de afrontarlo con espíritu alegre y resignado a la par. O eso pienso.

Más tarde que pronto conseguimos salir del entorno de Oporto y empezar a disfrutar del tránsito por pequeños municipios. No encontraremos una sola fuente y nos cruzamos con pocos locales para repostar agua o para comer. Nos paramos en un par de panaderías y compramos el clásico bocadillo, en sus variadas formas, de jamón con queso y pan blando.

Entre los lugares con encanto con los que ya nos vamos empezando a topar destacaría el monasterio de Vairao, un remanso de paz que hace las veces de albergue. Alertado por el jardinero, baja uno de los encargados a estamparnos su sello en la credencial de peregrino. Y lo agrademos. Se trata de uno de esos sellos con empaque, que ocupa dos casillas y que destaca por su diseño. En una aldea ya pasada nos hemos autocuñado en una especie de buzón, en un lateral de la carretera, con sello y tinta que invitaba a utilizarlo.

Entre caminos de adoquines, estrecha carretera nacional y algunos trechos (por fortuna cada vez más) de arbolado, seguimos avanzando. Se nos van a hacer las dos de la tarde (ocho horas ya de camino) y buscamos algún sitio para comer en un trayecto en el que apenas existen bares. Al final nos vemos abocados a ingerir (nos dice que es lo único que nos puede servir) un nuevo bocadillito de jamón con queso en una cafetería regentada por una singular anciana cuya clientela son todo hombres del lugar bebiendo cerveza. Cada cinco minutos se suma uno nuevo al grupo.

Un trayecto sin apenas peregrinos

Ya nos queda poco para Sao Miguel de Arcos, el pequeño pueblo donde tenemos el alojamiento. Pilgrim, la agencia que suelo contratar para reservar de albergues (no me gusta ir a la aventura de buscar donde dormir cada noche) y para que gestione traslado de maletas entre etapas (voy con una pequeña mochila a la espalda con lo justo para andar) ha preferido alargarnos el recorrido del primer día.

En lugar de terminar en Vilarinho -ruta oficial- y hacer poco más de 26 kilómetros lo ha llevado hasta Sao Miguel, de manera que completaremos 36. Bueno, mañana lo compensaremos con una etapa más corta. 

Apenas hemos visto a seis peregrinos en todo el trayecto. No se percibe el ambiente que, por ejemplo, disfrutamos el pasado año en la provincia de León, donde todos los municipios parecen volcados con el Camino y sus andarines. Aquí únicamente un ciclista nos ha obsequiado con la clásica expresión de «buen camino». Como dice mi amigo peregrino «en este tramo la gente ve al peregrino como un turista más, como un consumidor al que vender su producto, sin ningún otro matiz». Falta la magia.

De momento hoy estaremos en una habitación doble en un chalé. Nos ofrece la dueña un masaje con un profesional, algo excesivamente tentador para un peregrino después de terminar una etapa intensa. La vivienda cuenta con una tranquilo jardín donde relajarse igualmente, lugar que me sirve de entorno para escribir estas líneas. Y a las siete de la tarde, la cena. Hoy espero dormir.

Cenamos en la casa de sao Miguel un menú que nos prepara la propietaria a base de melón con jamón, sopa de verduras y pollo al horno. Después de un paseo por el reducido casco urbano, donde destacan la quinta con el nombre del lugar y el cementerio pegado a la iglesia con sus elevados panteones, llega el momento de acostarse.

Hacia Barcelos

Primera etapa 1

A las siete de la mañana iniciamos la segunda etapa de nuetro Camino de Santiago portugués. La de hoy está previsto que sea más ligera que la de ayer, ya que consta de unos 20,5 kilómetros por terreno llano. Nos emplea unas cinco horas recorrerla. Al igual que el día anterior, no encontramos fuentes por el camino y hay pocos lugares de aprovisionamiento.

También nos enfrentamos, en algunos tramos, a la falta de señalización, que se llega a prolongar alrededor de un kilómetro entre Sao Miguel y Sao Pedro de Rates y nos obliga a preguntar a un par de lugareños. Por esta zona nadie habla ni inglés ni castellano. Tú les preguntas despacio en tu lengua y tus interlocutores contestan al mismo ritmo en la suya. Con buena predisposición nos entendemos.

Cruceiro de Barcelos
Cruceiro de Barcelos. Imagen: SQV

Paramos en un bar a almorzar sobre el kilómetro 10,5 ubicado antes de llegar a la aldea de Pedro Furadas. Se trata de un local muy familiar, donde nos atiende el hijo y nos cocina la madre lo más parecido que encontramos a un bocadillo a la plancha. Tal como nos está pasando en casi todos los sitios en los que hacemos alguna compra, hemos de pagar en efectivo, ya que no admiten tarjetas. Esto nos está empezando a generar un problema de liquidez, porque tampoco vemos cajeros en el trazado. En Oporto había bastantes, pero fuera de la urbe no observamos y tampoco podemos pagar con tarjeta.

Andamos entre rutas adoquinadas en incursiones en carreteras nacionales con estrechas aceras en el mejor de los casos. Llegando a nuestro destino nos cruzamos con una pareja de brasileños. Son el segundo y tercer peregrino con los que nos topamos en esta etapa. Caminamos un rato con ellos intercambiando impresiones hasta llegar a Barcelinhos, el casco urbano previo a Barcelos, a los que separa un bonito puente medieval.

Final de etapa en la localidad del famoso gallo portugués

Barcelos
Barcelos y su puente medieval, uno de los pueblos del Camino de Santiago portugués. Imagen:SQV

De este modo pisamos nuestro final de etapa en esta ruta del Camino de Santiago portugués: la localidad del famoso gallo portugués, cuya imagen aparece por doquier, la población del equipo de fútbol con el nombre del escritor Gil Vicente. En el albergue nos dicen que hasta las 15 horas no podemos entrar. Son las 12,20. Nos vamos a tomar algo y, posteriormente, comemos en un restaurante denominado el Túnel de los Sabores, donde nos atiende un camarero tan eficiente como bromista. Con croquetas de bacalao, pulpo con patatas y grelos y una francesinha compensamos el desgaste de la etapa.

Barcelos da para un paseo tranquilo por su puente medieval y sus aledaños ajardinados o reconvertidos en playa, por los restos de su castillo rodeado de vestigios pétreos de diferentes épocas, por su céntrica calle peatonal que desemboca en la torre medieval o a la búsqueda de imágenes de gallos. La más característica es la situada junto al cruceiro a la subida del puente medieval, en la que puede contemplarse el peregrino ahorcado injustamente, que advirtió que un gallo resucitaría para demostrar su inocencia y que al final sobrevivió.

Nos sorprende el elevado número de farmacias, en algún caso puerta con puerta, en el casco urbano. Compro la figurita del gallo de Barcelos para ampliar mi colección de miniaturas características de un lugar adquiridas en esa misma ubicación (como el caballo de Troya, la máscara de Nefertiti, una pucuna de la Amazonia peruana, un figura de maorí en Nueva Zelanda, otra de un policía montado en Canadá… de ese tema ya escribiré otro día).

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