Bajo la línea que traza el río Duero (o Douro, en portugués) emergen los bastiones de las denominadas aldeas históricas de la sierra de Portugal.
Hasta una docena recibe esa sintomática catalogación. En ellas sobresalen las torres del homenaje de sus castillos (Castelo Novo o Belmonte suponen buenos ejemplos) o los riscos que coronan, como en el caso de Monsanto, su territorio. Se extienden por una vasta área ovalada, en pleno centro de Portugal
Covilha y sus elevadores
Covilha no recibe esa denominación. No obstante, el municipio que aglutina en invierno a los esquiadores portugueses puede ejercer de epicentro del recorrido.
Con sus más de 36.000 habitantes y el respeto que venera por su ilustre antepasado, el diplomático del medievo y explorador Pero (o Pedro) de Covilha, se encuentra situada a una hora de la frontera española con Extremadura (si se toma por Valverde del Fresno), previo paso por carreteras sinuosas y mal pavimentadas.
Covilha se halla ubicada en las faldas de la serra da Estrela y cuenta con numerosos hoteles y un gran centro comercial en su parte baja. Mientras, en la alta se ubica su ayuntamiento, la plaza principal (con la estatua de Pero en lugar bien visible) o el amplio y añejo mercado.
Entre sus encantos, resaltan los dos elevadores que depositan al peatón en un puente de madera zigzagueante que desemboca en la piscina municipal.
Debajo, algunas de las numerosas fábricas abandonadas que recuerdan su pujanza en la industria lanar. También las callejuelas de mellado empedrado y casas abandonadas permiten atisbar que posiblemente su pasado tuvo más lustre que su presente.
En cuanto inicias la ascensión de la sierra empieza a bajar la temperatura. En la cima, la torre que permite alcanzar los 2.000 metros de altura a la cima de Portugal. Y antes de llegar, la imagen pétrea de la Senhora da Estrela. De vértigo el tramo final de la carretera.
Castelo Novo, Alpedrinha, Fundao…
Y vamos ya con algunas aldeas históricas accesibles desde Covilha. En dirección a Castelo Branco se sitúa Castelo Novo. Destacan sus numerosas fuentes (entre las que despunta la de Joao V, edificada en siglo XVIII) , los restos del lagar del siglo VIII con sus dos pilas y los vestigios del castillo (ocho siglos de historia ya desde sus inicios), con su imponente torre homenaje desde la que se vislumbra un extenso panorama.
Perfecta ubicación para el vigía. Aldea para aparcar en su plaza principal y perderse por sus callejuelas tranquilas y aromatizadas por los guisos locales, bien aderezados con las castañas o el aceite autóctonos
Desde allí a Alpedrinha apenas existe un puñado de kilómetros. Su casco urbano (ya no aldea) de casonas blancas queda regiamente coronado por su palacio del Picadero, con su interior reconvertido en una muestra de sonidos de la trashumancia o trasiego de ganado en busca de pastos frescos.
Y de Alpedrinha, en la ruta de regreso a Covilha, al bullicioso Fundao, con su agradable plaza peatonal sazonada de cafeterías con encanto. La cereza constituye su emblema y protagoniza refrescos, pasteles o bombones. A mitad de agosto, las noches se llenan de jolgorio con incontables puestos callejeros y degustaciones de sangría o francesinhas).
En verano, las denominadas playas fluviales (o zonas acotadas de río para el baño) salpican la geografía del centro de Portugal y se convierten en socorridos puntos de encuentro y de refresco. Pueden hallarse en numerosos municipios. Aquí cito Paul o Unhais como simples ejemplos.
(El reportaje continuará rumbo a la cima de Monsanto).
Consulta aquí otros reportajes de Portugal