Siguiente etapa del recorrido por las islas británicas, Glasgow, la gran ciudad industrial escocesa, su centro comercial. La antítesis, en monumentalidad, de Edimburgo. Llegamos desde Greenock, una localidad portuaria ubicada a 40 minutos en tren de la urbe del oeste de Escocia. Y paramos en Central Station, la enorme estación situada en pleno corazón de la Glasgow.
Recorremos de arriba abajo Buchanan Street, su epicentro de tiendas donde nos comentan que el metro cuadrado está a 2.500 libras y que es la calle de una ciudad británica que no sea Londres por la que más personas transitan.
Glasgow está repleta de llamativos murales pintados en paredes de casas. Algunos muestran una imagen actualizada de San Mungo, el santo local, cuyo sepulcro preside con solemnidad la cripta de la preciosa catedral, el edificio más significativo, con diferencia, de una ciudad en la que mendicidad y caridad se entremezclan con lujo y pubs ocupando antiguas iglesias.
La extensa plaza de Saint George, con exuberantes estatuas como la del brillante escritor Walter Scott, homenajeado con más pasión en Edimburgo, exhibe el edificio que alberga el Ayuntamiento. A su alrededor, comercios (sobre todo de ropa) y pubs.
La tetería diseñada por McKintosh a finales del siglo XIX, radicada en la calle Buchanan, rompe con esa repetición de locales. Vale la pena entrar para curiosear sus singulares sillas. Y también para refugiarse del frío y del viento tan propios de Escocia. La ciudad no invita a mucho más. Quizás a recorrer su museo de Kelvingrove o a subir hasta su necrópolis, ubicada tras la catedral, para tener una panorámica urbana.
Islas Orcadas
Kirkwall tiene casi la mitad de la población de las 70 islas llamadas Orcadas que coronan Escocia, una vez ya superadas las Hébridas. Llegamos a esta localidad de las islas británicas de alrededor de 10.000 habitantes que se presenta con una coqueta calle comercial y con su curiosa catedral empezada a construir, como la propia ciudad, en el siglo XII en honor a San Magno. Se halla repleta de ofrendas en sus dos estrechas y alargadas naves laterales.
Praderas fértiles y granjas. Casas unifamiliares que se expanden por la capital de esta isla ventosa que carece de edificios y se extiende en productivas parcelas. Por ese motivo cuesta salir del casco urbano. A la altura del puerto se estrecha la Mainland o isla principal. Ofrece la ocasión más sencilla de atravesarla a pie a lo ancho, aunque la falta de indicaciones y de carreteras o caminos rectos lo dificulta.
El palacio del Condado y el del Obispado, o lo que queda de ellos, se sitúan a apenas unos metros tras la catedral. Tenemos la suerte de poder disfrutar, sentados sobre el césped del patio, de una actuación musical a cargo de un simpático grupo escocés y de un monólogo dramático. No da tiempo, por la escasez de transporte en este domingo soleado –un lujo en este entorno-, de acercarnos a la capilla italiana o al yacimiento neolítico de Skara Brae.
La falta de tiempo y de locomoción lo complican sobremanera. Nos quedamos con la imagen del inmenso tapiz verde, sin apenas elevaciones, que configura la Mainland de las Orcadas. 50 de sus islas carecen de pobladores.
De vuelta a Edimburgo
De nuevo una ciudad visitada no hace mucho; en este caso, más bien hace muy poco. Han transcurrido apenas ocho meses desde la bulliciosa entrada de año en Edimburgo y ya estamos paseando otra vez por su arteria principal histórica: The Royal Mile, la que enlaza su espectacular castillo con el palacio real de Holyrood.
Esta vez, no obstante, la perspectiva resulta diferente. Pasas de una calle invernal casi vacía a partir de las seis de la tarde y por la que andas con rapidez para que el frío no te atenace a la misma repleta de artistas que cada cien metros realizan alguna exhibición dentro del festival de verano que tanta fama ha alcanzado. Círculos de curiosos apiñados alrededor del artista de turno forman barreras humanas cada pocos metros en el tramo peatonal de la calle, el que discurre junto a la catedral de St Giles.
Lo bueno de haber visto con detenimiento hace poco la ciudad que visitas consiste en que ya sabes lo que quieres repetir. En este caso, por ejemplo, el bocadillo de Oink, el local –muy cerca de la citada catedral– que se identifica perfectamente por la larga cola de personas esperando en la acera a que les toque el turno de pedir la versión pequeña, mediana y grande de este bocadillo de carne de cerdo mechada al que pueden añadir hasta cuatro salsas diferentes. En mi caso opto por la de compota de manzana.
Y de aquí a la antes aludida catedral de St Giles, con su espectacular cripta, sus enormes y vistosas vidrieras y –tenemos suerte- un concierto de piano que hace que te puedas deleitar más en la contemplación. Ayuda a disfrutar más de la visión.
Luego vamos a The Mitre, un pub ubicado en la misma The Royal Mile en el que te sirven el tradicional Haggis, el plato típico elaborado a base de porciones trituradas de vísceras y corazón de cordero y puré de patata y nabo, a un precio de ocho euros (más barato que el bocadillo grande de Oink), bastante accesible para lo que es Escocia.
Una vez disfrutadas las pinceladas gastronómicas, queda observar alguno de los números artísticos, que van desde actuaciones musicales, juego con fuego, danzas y un sinfín de originales actividades –todas muy concurridas de público-, y pasear por Princess Street.
En esta transitada calle comercial no deja de sorprenderme el enorme –y merecido por su internacional legado literario- monumento al escritor autóctono Walter Scott. Edimburgo da para mucho más (empezando por su castillo, lo sé), pero no será en este viaje de pinceladas británicas.
Le Havre y Rouen
Le Havre representa la excepción francesa en este recorrido por islas británicas. La ciudad posee una singularidad que, por si sola, hace que valga la pena su visita: fue reconstruida tras la II Guerra Mundial.
Mientras que la mayoría de urbes están configuradas por barrios heterogéneos sedimentados unos sobre los otros a lo largo de los siglos, en el caso de esta localidad portuaria normanda todo es nuevo y diseñado con el mismo estilo, el impulsado por el arquitecto Perret. Ha llegado hasta el punto de alcanzar el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad por esa inteligente rehabilitación que ha potenciado, por ejemplo, el puerto.
Da para un más que agradable pasear por la plaza del arquitecto Óscar Neimeyer, con su icónico ´volcán´ urbano o su catedral contemporánea.
Enorme contraste con Rouen, situada a 50 minutos en tren (en Normandia ofrecen pases familiares por dos días a 35 euros para todo el conjunto y sin límite de subidas y bajadas), la ciudad en la que yace el legendario monarca Ricardo Corazón de León en su fabulosa catedral o donde fue quemada, en la céntrica plaza del Antiguo Mercado, la heroína francesa por antonomasia, Juana de Arco. En su honor erigieron, en ese mismo lugar, una iglesia y un memorial. Muy cerca se sitúa la iglesia de Saint Malo, casi tan relevante como la catedral.
El precioso entorno lo remachan calles medievales con viviendas de entramado de madera y su histórico Le Gros Horloge, el enorme reloj que simbolizaba la libertad de sus habitantes, ubicado en una panorámica de antiguas casas normandas. Pasado y presente de Francia, como el de este recorrido por las islas británicas que termina en un puerto francés.
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