Salimos de la capital rumbo al interior del país. Incluso más allá. Hasta el extremo suroeste con traspaso de frontera (ni te enteras salvo por los detalles comentados al principio), para instalarnos en el municipio de Swalinbar, en un bed and breakfast (todo el recorrido ha sido en este tipo de alojamiento) en medio de la campiña, enorme y algo destartalado.
El castillo de Enniskillen
Irlanda del Norte destaca más por sus paisajes que por sus monumentos, casi todos desde el siglo XVII hasta el presente. Contemplamos Florence Court, una mansión en un entorno boscoso, y de allí a Enniskillen, la ciudad más importante de la zona, con su calle comercial, su catedral protestante con dos órganos, múltiples pantallas y repleta de símbolos unionistas y, casi frente a ella, su catedral católica.
En esta localidad resalta su fortaleza, principalmente por la vista exterior de las murallas junto al río y, sobre todo, por el museo de historia militar que relata las gestas de los soldados locales desde Waterloo hasta la II Guerra Mundial. Con uniforme, tanques, tambores…
Desde Enniskillen un barco recorre la parte baja del lago Enre, con una parada de 50 minutos en el islote de Devenish (el lago tiene 365), donde quedan los restos de una misión religiosa y del asentamiento que se creó a su alrededor. Luego, cuatro horas de coche para bordear todo el lado, con algunas paradas, como en la diminuta isla de Boa, unida por dos puentes a la gran isla de Irlanda.
Allí, por una senda, bajo la lluvia y sin rastro de tránsito humano alrededor, nos adentramos en el cementerio que guarda dos monolitos antiquísimos, una que representa al dios de la mitología romana Jano, con su doble cara, y otro, de la mitad de tamaño, atribuido a época paleocristiana.
Con viento gélido y tormentas, hacemos la Forrest Drive, un paseo por el bosque que termina sobre un acantilado desde el que se divisa todo el lago y hasta el Atlántico.
Irlanda del Norte: paisajes naturales
Insisto en que de Irlanda del Norte sobresalen, principalmente, las vistas, la posibilidad de contemplar preciosos paisajes naturales con su praderas, vacas, montañas, playa y mar todo seguido. Bueno, también destaca la amabilidad y simpatía de la gente.
En el caso irlandés lo percibes constantemente, en casi cada conversación que entablas o parada que realizas. No es un tópico infundado. La siguiente ruta (esta vez en la Irlanda republicana. Seguimos con el zigzag) nos lleva tras las huellas de WB Yeats, el célebre poeta cuyos restos reposan en una sencilla tumba en el cementerio de Drumcliffe.
En la lápida ondea este mensaje “Cast a cold eye; on life, on death; horseman pass by”. Muy cerca, en el mismo camposanto que comienza con una especie de memorial a Yeats, hay una cruz de piedra de un monasterio del siglo VI. En principio, antes de que –por decisión suya- enterraran esta población a Yeats, era el centro del turismo e incluso de peregrinación. Ahora pasa más desapercibida desde que yace tan ilustre poeta.
Sligo y el nobel de Yeats
Y de allí a Sligo, la principal ciudad de la zona, que también recuerda a Yeats, con una céntrica estatua y un museo con la medalla de premio nobel que recibió. El pueblo lo atraviesa uno de los ríos más cortos de Irlanda, con solamente dos kilómetros. Tiene bastantes tiendas, aunque el mercado ambulante de los viernes se queda huérfano con únicamente tres puestos. Siguiente etapa: una de esas enormes playas atlánticas desiertas, con más de cien metros desde el final de las dunas hasta la orilla, y con brisa que te azota el cuerpo y te desmadeja el pelo.
En este caso, Strandhill, aunque hay muchas más. Para acabar en el Carrowmore Megalithic Cementery, un extenso yacimiento megalítico con más de 60 tumbas y dólmenes. Bueno, realmente terminamos la jornada con recogida de moras y frutas silvestres en los caminos, que las hay en abundancia. En cambio, los supermercados (casi todos de la cadena Spar) escasean en esta comarca irlandesa.
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