Ibiza fuera de temporada da para disfrutar de playas con escaso tránsito de gente, agroturismo
sin esquivar vehículos en carreteras estrechas y para tomarte con calma retrasos como el de
dos horas de reloj de nuestro vuelo desde Valencia que nos hizo aterrizar a las 23,30. Esto, de
rebote, nos obligó a pagar 40 euros más a la empresa de alquiler de coches Centauro, ya que
su oficina aeroportuaria cierra a las 23 horas y te esperan si avisas y abonas ese extra.
Como estamos en isla del flow, o de fluir sin preocupaciones y centrados en la vivencia, nos lo
tomamos con calma. Subimos al Hyundai asignado que, por cierto, se enciende girando la llave
del interruptor y apretando a la vez embrague y freno, y recorremos los alrededor de 30
kilómetros que nos separan de nuestra casa de agroturismo, Can Pere Sord, en el término de
Sant Joan de Labritja.
Contenido:
Paseo por la playa Benirrás
Cansados por los retrasos y sumidos en la oscuridad de la noche, no estamos para captar las
dimensiones del lugar. Suele ocurrir en las engañosas llegadas nocturnas. Mañana será otro
día. Y lo es porque despertamos al son de las gallinas del corral de la casa.
El paseo matutino no puede faltar. Recorro el kilómetro desde la granja hasta la carretera
principal, atravieso esta última, paso junto a un supermercado y enfilo hacia la playa Benirrás.
Cientos de metros después, del cielo encapotado empiezan a caer algunas gotas. La situación
no parece que vaya a mejorar, así que decido volver y sufrir el chaparrón que cae ya enfilando
el alojamiento.
Mercadillo de las Dalias
Desayuno con morcilla y sobrasada caseras, además de con unas deliciosas peras y manzanas
de tamaño mini. Vamos sin prisas, a lo que surja. No obstante, no se puede viajar a Ibiza sin
pasear por alguno de sus mercadillos hippies (o jipis, si nos atenemos a la traducción literal al
castellano), por lo que nos vamos al clásico de las Dalias, en Sant Carles.
Para hippies con presupuesto alto. Aparcar te cuesta cuatro euros; una cerveza, 4,5; y un
mojito sin alcohol, 9. Con esa premisa ya se trata de vagar por los puestos y disfrutar del
ambiente de relajación y de no presión para comprar, que se agradece. Que fluyan las
sensaciones.
Visita a Portinatx y Sant Joan de Labritja
Desde el citado mercado nos desplazamos a Portinatx, en el extremo norte de la isla. Una
playa en los albores de la primavera y con un fuerte viento que lanza la arena contra tu rostro
no se disfruta, por mucho que lo hagas en Ibiza. Nos decantamos por un paseo rápido con
parada para subida en la torre vigía del siglo XVIII. Sorprende por el abandono en forma de
pintadas y falta de información.
Pasamos por el casco urbano de Sant Joan de Labritja para hacer un recorrido rápido y
comprar algo de comer en el único local que encontramos abierto, el Giri Café, donde nos
sirven unas deliciosas patatas fritas especiadas.
El siguiente hito es la playa de Benirrás, pero ya en coche. Sopla menos viento y la cala resulta
preciosa. Nos sentamos en un banco de madera junto a un embarcadero para disfrutar de la
tranquilidad de este día que cierra el mes de marzo. Gris y ventoso, tratamos de vivir las
sensaciones que nos despierta, de fluir en él.
Nos inclinamos por seguir haciéndolo en nuestro alojamiento agroturista, que cuenta con un
espacio chill out, con cómodos sillones y autoservicio, además de una piscina que lamentablemente desaprovechamos por el frío. Y gallos y gallinas, claro, cuyas conversaciones resultan un buen acompañamiento de fondo para la escritura.
Nuevo amanecer nublado que no impide el paseo matutino. Esta vez pregunto antes para
evitar tanto asfalto y disfrutar de sendas rurales. Con la referencia ya me dirijo al Camí Vell de
Labritja, que lleva hasta Santa Eulalia. Tanto no caminaré, pero una hora y cuarto larga sí que
cuento sin que esta vez me caigan gotas del cielo. Por el momento, y pese a las nubes, no
amenaza lluvia, aunque a lo largo del día sí que habrá.
Ruta de mercados en Ibiza
Desayuno de huevo de granja y sobrasada y, a continuación, iniciamos, o eso pensamos, una
ruta de mercados. Primero buscamos el de Cala Llenya, en la playa con esa denominación
cercana a la citada Santa Eulalia. Damos vueltas y vueltas y no hay forma de encontrarlo. Dos
personas nos comentan que ya hace años que dejó de existir, pese a que en varias guías sigue
apareciendo. Al final nos indican que lo que queda es un restaurante que sirve raciones de
paella con música en directo. No era el plan.
Vamos con el segundo mercado ambulante dominical hippie, el de Sant Joan de Labritja. Este,
que cierra a las 16 horas y no falla en todo el año, está en su lugar. Eso sí, en versión más
reducida que cuando hace buen tiempo, con una veintena más o menos de puestos. Después
de aparcar en el espacio habilitado para ello en las afueras y hacer un recorrido por las tiendas,
nos sentamos en el mismo Giri Café en el que el día anterior habíamos entrado a por las
patatas fritas.
Más en concreto nos aposentamos en los trozos de tronco que hacen de taburete de las mesas
situadas junto a su puerta, en el cogollo del mercado. Lo hacemos justo cuando empieza el
concierto de un trío de músicos autóctonos que nos obsequian con música sureña
estadounidense.
Por el precio de seis euros cada cerveza y otros tantos el plato con un repertorio escuálido de
aceitunas y almendras teóricamente pagamos también la entrada a este concierto urbano. No
dejan de sorprendernos (y asustarnos) los precios.
Después de pasear de nuevo por Sant Joan y de asomarnos a su iglesia parroquial, retornamos
a la base mientras el color gris del día se ensombrece más para dar paso a la lluvia. Así
aguantamos hasta última hora de la tarde.
Nos animamos a desplazarnos hasta el coqueto pueblo de Santa Gertrudis de Fruitera, con su
avenida principal peatonal como atracción más agradable. Como el hambre aprieta al no haber
comido al mediodía más que las citadas aceitunas y almendras, nos metemos de lleno en el
restaurante Costa, uno de los más recomendados.
Al poco de entrar se queda a semioscuras. Solo evitan la falta de visibilidad las luces de
emergencia. Todo el término municipal se ha quedado sin iluminación. Hace un par de amagos
de retornar, pero a la hora de estar sentados tomando unas raciones frías (jamón, queso y
cecina) todavía no ha retornado y ya han fallado casi todas esas luces de emergencia. Parece
que se ha estropeado el generador conductor que cubre esta zona isleña.
Sea cual fuere el motivo, nos marchamos iluminados por la linterna de los móviles. De esta
forma llegamos al coche y emprendemos el regreso a nuestro alojamiento en la oscuridad de
la noche. Al atravesar una media docena de kilómetros ya encontramos las primeras casas con
luz. Aquí no se ha perdido la señal eléctrica. Y de este modo termina este segundo día gris y
oscuro en una isla tan luminosa, habitualmente, como Ibiza.
Nuevo amanecer. Vamos cada día a más sol, a lo que evoca a Ibiza y no a lo que hemos vivido
en las dos jornadas anteriores de nubes y lluvia. Esta vez el paseo no sufre de riesgo de agua y
sí de insolación. En esta ocasión atravieso la carretera, sigo por Can Curuné y me adentró en el
Camí Vell de pont de Can Curuné hasta el pou de Latritja. Aparezco tras el hostel Les Arcades.
Recorrido por Ibiza capital
Después del desayuno en la terraza del agroturismo, con aguacates y tomates de la casa y la
deliciosa sobrasada hogareña, nos vamos a Ibiza ciudad. Nos falta ver la capital. Nos lo
tomamos con calma, como haces cuando visitas un lugar que ya conoces.
Paseamos por el puerto, nos adentramos en su mercado y, desde ahí, entramos en la zona
fortificada. Se trata de disfrutar de las vistas de terrazas con encanto y panorámicas con
profundidad, mientras nos sorprenden las obras para construir un parador. Un helado por
aquí, restaurantes y locales comerciales que se arraciman en las calles de blanco impoluto por
allá, rampa empinada hasta ascender a la cima de la parte fortificada, grabación de un
videoclip en otra esquina… Tranquilidad y, por fin, sol.
Y tras visitar la capital nos subimos a nuestro coche alquilado y nos desplazamos a uno de los
chiringuitos que abren todo el año, a Cala Martina, en el mismo lugar que su nombre indica.
Cerca de Santa Euràlia, con una parte protegida por plásticos del viento y sobre tarima de
madera y otra más rústica, reposando directamente las mesas y sillas sobre la arena y
sometida totalmente a la intemperie.
Y ahí seguimos disfrutando de ese sol tan característico de Ibiza que podemos paladear al
tercer día de estancia. La música por un cumpleaños en una mesa cercana electrifica el
ambiente en determinados momentos. Así empezamos a disfrutar de la tarde. El sol lo cambia
todo. Más aún en Ibiza, que no se concibe sin los efectos del astro solar.
Volvemos a nuestro agroturismo para acomodarnos en sus hamacas, de su espacio chill out o
para saborear una cena con las hamburguesas confeccionadas por la propietaria en las que
incluye su salsa al pesto sui géneris.
Último aunque largo día. El vuelo de regreso está previsto a las 23,25. Después de las dos
horas de retraso de la ida, vamos con el temor de pueda ocurrir algo similar de nuevo.
De momento, paseo matutino de nuevo al sol, por segunda jornada consecutiva, desayuno con
sobrasada -como cada mañana- en el porche de la alquería, con una mezcla de sol y sombra, y,
después de pensármelo mucho, baño en la piscina al aire libre.
El agua está algo más que fría; no obstante, las ganas de zambullirme y estrenar mi temporada
de chapuzones me estimulan lo suficiente como para lanzarme. Dos idas y vueltas en la piscina
de unos 15 metros de largo bastan para saciar ese deseo y aguantar la baja temperatura del
agua.
Paseo por Santa Eulària
Nos desplazamos a Santa Eulària, andamos por su paseo marítimo, nos cruzamos entre sus
calles peatonales y las abiertas al tráfico de vehículos de su centro urbano, preguntamos en la
oficina de turismo y, sobre todo, subimos al Puig de Missa, su espacio histórico. En él emerge
su iglesia del siglo XVI de un blanco encalado que casi brilla, al igual que las construcciones que
la envuelven y que conservan la esencia de lo que era este asentamiento fortificado para
protegerse de las incursiones de piratas.
Ya en el vehículo, nos trasladamos hasta la cala de Sant Miquel entre subidas y bajadas
montañosas. Como no nos convence y guardamos un buen recuerdo de la cercana de Benirrás,
conducimos hasta ella. Entre nubes que ennegrecen el ambiente y rayos de sol efímeros que
nos recuerdan que estamos en la luminosa Ibiza, disfrutamos de un atardecer de chiringuito,
apoyados en los correspondientes cojines. Todavía queda un buen rato para ir al aeropuerto,
que decidimos aprovecharlo en nuestro agroturismo impregnados de la tranquilidad que
emana.
Este viaje ha sido más de relajación, sin estrés turístico de una isla que no destaca por su
monumentalidad más allá de su capital y sí por sus radiantes playas que pueden disfrutarse
principalmente en meses de más calor para quien busque bronceado y animación. En esta
ocasión nos hemos centrado en paladear la zona noreste, entre municipios de interior con
múltiples obras en curso y calas semidesiertas.
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