Icono del sitio Viajes y destinos de todo el mundo – soloqueremosviajar.com

Finlandia, un recorrido por la tierra más misteriosa del norte de Europa

helsinki cathedral 4189824 1280

Catedral de Helsinki Imagen de Tapio Haaja en Pixabay

Aterrizamos en el aeropuerto de Helsinki-Vantaa con la llovizna que nos acompañará cada día
y con una temperatura 20 grados
inferior a la de nuestro origen valenciano. Recogida de
maletas en un lugar bastante alejado de la salida desde el avión a pesar de que ni el
aeropuerto ni la capital de Finlandia destacan por un tamaño enorme.

De allí caminamos a la parada de tren de Lentoaseman, donde tenemos transporte cada cinco
minutos a la capital por 4,10 euros, y en media hora nos plantamos en la estación central.
Desde ahí a donde está nuestro hotel nos separan menos de dos kilómetros que paseamos
entre tramos de obra, vías de tranvía y primeras observaciones de una ciudad de Finlandia.

Destaca la proliferación de edificios que me recuerdan a cubos de Rubik, con extensos
ventanales que permiten que la luz y la oscuridad del día, que se relevan continuamente,
penetren en las viviendas. O se contemplen a la perfección desde su interior.

Al llegar tarde y con frío el primer día no tiene más historia que buscar donde cenar sin que
nos salga demasiado caro para un presupuesto español ya desnivelado por el encarecimiento
de la vida. Helsinki da una vuelta de tuerca más a la economía doméstica.

La segunda jornada ya nos permite dedicarnos a la ciudad. Iniciamos el recorrido en la
biblioteca Oodi, con su singular diseño y sus mesas con tableros de ajedrez invitando a jugar
partidas. Disputamos una.

Desde este lugar nos desplazamos, siempre paseando, a la plaza del Mercado, salpimentada de
puestos de venta de frambuesas y otras frutas de las llamadas del bosque, verduras y bares en
los que sirven lo que llaman sopan finlandesa, con salmón, por supuesto.

Muy cerca se halla el antiguo mercado, un edificio repleto de pequeños puestos de
restauración y algún local de alimentos intercalado. Todo muy concurrido aunque sin agobios.
Y situado junto al puerto, al que llegan continuamente botes de cruceros y otros que enlazan
con islas cercanas. Vemos grupos de engalanados participantes en bodas que esperan el
transporte acuático a la isla de Suomenlinna.

Los observamos aposentados en la coqueta terraza montada por uno de los puestos
ambulantes degustando sopa finlandesa y protegidos de la lluvia que, por unos minutos, ha
arreciado. Cuando amaina nos desplazamos para ascender hasta la gigantesca iglesia ortodoxa
que se aprecia desde gran parte de la ciudad. Como hay oficio religioso, no podemos entrar.
Nos conformamos con otear la panorámica urbana desde su atalaya.

Desde allí paseamos hasta la cercana plaza del Senado, con sus amplias escalinatas y la todavía
más ensanchada explanada. Nos viene justo el tiempo para ir hasta la denominada Capilla de la
Meditació
n, que se distingue por el curioso cono de madera que la envuelve y la protege del
transitado y comercial entorno.

Caminamos una y otra vez por la estación central, y también por el parque del jardín Botánico,
que lleva hasta la zona en obras de nuestro hotel y hasta la plaza que lo enfrenta, donde esta
mañana también había media docena de puestos ambulantes de fruta y verdura.

La impresión que nos llevamos de Helsinki consiste en que se trata de una ciudad cosmopolita
a tamaño reducido, aunque con los tics del trato humano distante de las metrópolis. En este
caso, con espacios abiertos para transitarlos, comunicación constante, muchas calles
levantadas por obras en este periodo y con el inglés como idioma oficioso que permite
conversar con cualquiera.

Una urbe también muy amigable (si nos apuntamos literalmente al común término friendly)
para familias con niños pequeños y para desplazarse en bici -bastantes automáticas la
atraviesan- y en la que apenas vemos perros. Son primeras conclusiones, ya que nos queda
bastante por conocer y comprender.

El domingo la plaza del Mercado Viejo reúne bastantes más puestos de venta que en la víspera
sabatina. A los de frutas y comida sentada se suman otros numerosos de alimentación e
incluso de venta de ropa.
No es nuestro objetivo recorrerlos, sino la visita con guía que parte de la extensa plaza del
Senado, con la estatua del zar Alejandro II
en su epicentro y la catedral, con su imponente
cúpula, de fondo.

Así son los finlandeses, visto por un argentino

Nuestro cicerone, un argentino de Rosario llamado Daniel, nos da algunas pistas que nos
ayudan a confirmar aspectos que sospechábamos pero que no sabíamos si eran simples
impresiones. Como la escasa predisposición al saludo de los finlandeses. “Son como el agua del
puerto, fría y sin temperamento”,
señala en un momento de sus descripciones.

Llegó a Helsinki hace cuatro años de la mano de una nativa y en la capital de Finlandia se ha
quedado sobrellevando sus gélidos y oscuros inviernos. Admira lo que como ayudas sociales le
aporta, aunque insiste en que “cuesta mucho hacer amigos. Los grupos se forman con
personas que se conocen desde pequeñas y ya se cierran. En los bancos la gente se sienta sola
en medio para que ya nadie se ponga junto a ella”.

Por el contrario, la educación resulta modélica, con aulas de ratios de siete y hasta cuatro
alumnos por docente. En cualquier caso, con Daniel recorremos lugares que ya habíamos
visitado el día anterior, como la Explanada, situada junto al puerto, o las piscinas termales, que
habíamos visto aunque no apreciado. Nos ayuda a situarnos con conocimiento del lugar.

El recorrido por la capital finlandesa termina pasando de nuevo, una vez más, por la estación
central y desviándose hacia el local de la compañía de alquiler de coches con la que hemos
contratado el vehículo espigado y familiar que nos transportará durante los próximos días.

De Helsinki dirección hacia el norte

Desde Helsinki nos dirigimos, previo paso por el hotel para recoger las maletas que tenemos
depositadas en la clásica habitación junto a la recepción que todos habilitan para estos
menesteres, en dirección norte. No demasiado, pero sí a unos 230 kilómetros hacia arriba del
país, hasta la localidad de Jamsa.
Llueve, arrecia, solea, se nubla… así alternativa y repetidamente durante unas tres horas de
carretera. Por el camino nos detenemos en un enorme centro comercial a comer junto a la
ciudad de Lohti.

Una cabaña en la zona de los Mil lagos

Y llegamos al complejo donde hemos alquilado una cabaña de madera, con su sauna incluida,
por supuesto, detalle fundamental en este país que tiene tan inculcado el hábito de su uso y
disfrute. Se halla el alojamiento en la denominada zona de los Mil Lagos.

No sé si habrá tantos, aunque sí que se suceden. No para bañarse los que vemos; más bien
para engalanar la panorámica y salpimentar el entorno boscoso. Cena de salmón en el
restaurante del complejo y a asentarnos en esta cabaña de escalera estrecha y empinada que
separa la planta baja de comedor, baño y cocina del piso superior con las habitaciones.
Nueva jornada. En el paseo del atardecer observamos a un zorro que intercambia miradas
poco amistosas con un ciervo. La relación no va más allá.

Eso será a última hora. Antes, el día nos ha dado para dormir más de lo que esperábamos en
cabañas en las que, por descontado, no hay una sola persiana y, para nuestra desgracia,
tampoco apenas cortinas.

Paseo matutino por el entorno de Himos, un espacio de estaciones de esquí repleto de locales
que hibernan en verano, porque pocos quedan abiertos. La mayoría de las cabañas, con sus
curiosas -para nuestros hábitos mediterráneos- escaleras para trepar hasta la cúspide del
triangular tejado, no están habitadas

Nos tomamos el día para familiarizarnos con el entorno. Con ese fin volvemos a buscar otro
supermercado en la cercana ciudad de Jamsa, la que nos sirve de repositorio. Resulta
complicado encontrar productos alimenticios por menos de dos euros. Intentamos
configurarnos un menú con las populares y variadas salchichas, algo del todavía más usual
salmón o con las también habituales en esta época bandejas de fresas.

Juveninkioski y Synninlukko

Nuestros objetivos de recorrido del día se centran en Juveninkioski y en Synninlukko. La
primera se define como una pequeña cascada de acceso escarpado y cortos caminos. Da para
bajar y subir con cuidado en unos 20 minutos. Mientras que la segunda consiste en una zona
entarimada en medio de un tramo boscoso repleto de setas.

En ambos casos somos los únicos visitantes. Si descontamos la pléyade de mosquitos en el
segundo caso. Destacaban en mi mente como uno de los recuerdos más llamativos que tengo
de mi recorrido por Finlandia de norte a sur hace ya 28 años. Y los he reencontrado igual de
voraces.

Después escapar de ellos con alguna herida de guerra, tratamos de comer en algún local de
Jamsa. No obstante, nos encontramos con lo que ya estamos comprobando que supone la
tónica habitual en el país; es decir, que la oferta gastronómica se suele limitar a
hamburguesas, salchichas y pizzas. Repetitiva y caras, ya que las primeras y las terceras no
bajan de 15 euros en su versión más barata. Sí, siempre queda el salmón para quien le guste.

Al final retornamos a nuestra tranquila cabaña para pasar la tarde junto al lago y, ya en el
paseo de última hora, toparnos con esas miradas entre zorro y ciervo.

Nuevo día y paseo matutino hacia Jamsa, la localidad que nos sirve de base por su cercanía a
nuestro complejo de cabañas, a seis kilómetros de distancia. Camino por la senda para
paseantes y ciclistas junto a la carretera.

Nos tomamos con la tranquilidad la jornada. Las poblaciones no abundan y trasladarte en
coche a una que no sea un pequeño núcleo de viviendas y que pueda tener algo de interés
supone una hora de recorrido en vehículo.

Visitamos dos famosas iglesias: la de Petajaves y la de Keuruu

Hoy optamos por dos con iglesias de renombre. La primera, la de Petajavesi, Patrimonio de la
Humanidad. No está abierta -el jardinero nos dice que lo hace en junio y julio- y solamente nos
es posible contornearla para apreciar su estructura construida a base de madera de pino y con
forma de cruz griega. Otra jardinera riega con mimo el césped del cementerio ubicado en su
entorno.

La segunda iglesia es la de Keuruu, localidad de casi 10.000 habitantes – cifra nada desdeñable
para el entorno-, que atesora el templo de madera más antiguo del país. También lo rodeamos,
paseamos junto a su acicalado cementerio y damos un paseo por esta población, cuyo mayor encanto, además del templo, lo constituye un par de casas de madera de estilo señorial. En una de ellas ofrecen un elegante servicio de restauración.

La tarde la dedicamos a buscar una playa o un espacio similar en el lago Paijanne, junto al que
estamos. No resulta nada fácil. Hay escaleras para entrar en el agua desde tramos de madera
que parten de cabañas, pero espacios más públicos y amplios no encontramos.

En esa búsqueda nos topamos con una especie de campamento de saunas. Lo configuran más
de una veintena de cabañas de madera. No vemos un alma. Todas están cerradas, con su leña
preparada pero sin uso. Y pegadas al lago para darse un remojón después del calor que
impregna a quienes las utilice cuando estén en funcionamiento.

El tercer día en el entorno de Himos lo destinaremos a Jyvaskyla, la ciudad que vio crecer al
reputado arquitecto Alvar Aalto. No obstante, antes, como ejercicio matutino, practico el
ascenso a la cima de reseca estación de esquí que daba vida a toda la zona. En verano,
simplemente sobrevive bajo mínimos.

Después del desayuno nos trasladamos a Jamsa, que los miércoles acoge un mercadillo
ambulante con tres puestos en agosto. Compramos las clásicas vainas de guisantes que tanto
gustan en este país y las frambuesas que proliferan como fruta estival.

Así emprendemos los aproximadamente 55 kilómetros que nos separan de Jyvaskyla por
autovía y carretera. Llegamos a una ciudad costera lacustre, con su puerto y sus restaurantes
asomando a las aguas y con un extenso campus universitario rodeado de bosque.

Subimos al gran mirador en el que se otea la urbe desde la colina de su parte superior y
comemos posteriormente en el restaurante que tiene en el segundo piso. Cuesta encontrar
oferta culinaria que salga de las repetidas hamburguesas, salchichas y pizzas. Esta vez
podemos sumar ensaladas.

Bajamos con el fin de trasladarnos hasta el museo del insigne Alvar Aalto, cuyo estilo
arquitectónico y obras marcan la estética de Jyvaskyla. Aunque su primer maestro no le predijo
futuro como arquitecto, supo vencer esas reticencias y convertirse en uno de los más famosos,
a nivel internacional, del siglo XX.

Paseamos por el centro peatonal y comercial y enfilamos el puente cerrado, espigado y casi
claustrofóbico, con el calor del verano y su efecto invernadero, que supera las vías férreas y
lleva hasta el puerto. La ciudad da para un paseo guiado por el legado de Aalto, y para atisbar
el bullir de la vida universitaria y sentarse a contemplar el lago. Hecho todo ello retornamos a
nuestra cabaña en Jamsa para sesión de lectura, deporte y sauna, con cena intercalada.

Un paraíso en Finlandia: el lago Paijanne

Con la cercanía inmediata del extenso lago Paijanne una de las actividades más habituales
consiste en navegar con canoa. Nos apuntamos y nos deslizamos por sus calmas aguas. Pagas,
te dan salvavidas y remos, te indican dónde se hallan las canoas y tú ya haces el resto.

Navegamos con el calor que hace estos días de agosto que, sin ser sofocante, calienta y
permite vestir tranquilamente en manga corta. Nos detenemos un par de veces en
embarcaderos y completamos un recorrido de dos horas y media entre ida y regreso.

Por la tarde, actuación musical en directo en el salón del complejo, con llamativa decoración
que replica las construcciones de madera del mitificado salvaje oeste de Estados Unidos de
América. Y broche del día con 20 minutos de sauna (una práctica que rápidamente hemos
convertido en tradición en este viaje al tenerla en la propia cabaña) y estreno de jacuzzi interior. Te ofrecen otro exterior para bañarte a la luz de la noche (que ahora abunda y la oscuridad dura poco) previo pago. Con el interior nos conformamos.

Tampere: la tercera ciudad en población de Finlandia

Nueva jornada, esta con destino urbano: Tampere, la tercera ciudad en población de Finlandia,
que se acerca al cuarto de millón de habitantes. Nos separan de ella algo más de 90
kilómetros, que transitamos alternando sol, nubes y llovizna, como suele pasar en este país,
aunque hay que reconocer que los anteriores cuatro días ha predominado el primero, el astro
solar.

Tampere responde al modelo de ciudad que estamos viendo en Finlandia: sin centro histórico
y con un epicentro comercial práctico y carente de repuntes estéticos. Contemplamos la
catedral y, sobre todo, visitamos el Museo del Espía, el primero del mundo dedicado al
espionaje
.

El anillo de Mata-Hari, todo tipo de cuchillos plegables y los clásicos bastones que esconden
una espada, numerosos modelos de micrófonos, uniformes y otras cuestiones prácticas que
ayudan a acercarse a ese ámbito nos muestra el museo. En el mismo edificio se halla un café
con buena panorámica de la ciudad.

Después de contemplarla, damos un breve paseo por su plaza central y junto al lago alrededor
del cual fluctúa y retornamos a nuestra base. Por cierto, hemos comido en el Ikea de la región
el habitual y económico menú de albóndigas que contrasta con los elevados precios de las
comidas en este país. Si ya lo hace en España, en Finlandia la diferencia resulta bastante más
evidente.

Y tras esta visita, la más alejada estos días de nuestra base, retornamos a la acogedora cabaña
donde nos hospedamos. Para nuestra sorpresa, las del entorno están ocupadas. Se nota que el
fin de semana se halla muy cerca de su inicio.

Después de degustar carne de reno con puré de patatas y mermelada de frambuesa y
tomarnos la lluviosa tarde con calma y partida de bolos, llega la hora de descansar para
afrontar los 225 kilómetros hasta el aeropuerto de Vantaa y retornar a España.

Consulta otros reportajes de viajes que pueden interesarte:

Salir de la versión móvil