Continuamos nuestra crónica viajera por Eslovenia. Me voy a dar mi paseo matutino. La principal dificultad consiste en buscar caminos alternativos a carreteras comarcales que no terminen en una granja o en medio del campo o del bosque, difuminados. Bordeo Zerovnica y Grahovo, y en esta última localidad entro en la iglesia y asisto a la ceremonia religiosa. Comprendo muy poco más allá de interpretar los ritos habituales, pero sí que miro con curiosidad las pinturas en el altar (no hay retablo), la falta de capillas y cómo algunos feligreses, la minoría, van sin mascarilla en un país donde se respeta poco este tema
Después de un par de horas vuelvo a la granja, tan tranquila como siempre, y terminamos de planificar el recorrido por Eslovenia de hoy: toca Postojna, famosa sobre todo por su increíble cueva y por su castillo. Los precios, al igual que otras atracciones del país, resultan especialmente elevados comparados con el coste del nivel de vida y con los habituales para instalaciones homólogas en España, que suelen resultar bastante más monumentales y merecedoras, a mi entender, de invertir en su visita.
Llegamos al aparcamiento, donde resulta obligatorio el ticket de cinco euros, y nos sumamos a la cola, con informadoras en la espera, para adquirir las entradas. Compramos únicamente las de la cueva, que ya cuestan 27 euros por adulto. Tenemos turno para el tren (porque la cueva se visita en tren) de las 13, por lo que aún nos queda más de media hora. Bares y tiendas de recuerdos no faltan para distraerse en los escasos 200 metros que separan las taquillas de la entrada de la cueva, bajo un sol que aplatana al más dicharachero.
Trayecto en tren entre estalactitas y estalagmitas para llegar a la cueva
Por fin entramos y subimos a un tren en el que seremos alrededor de un par de centenares de viajeros. El recorrido resulta de lo más singular, ya que durante 3,7 kilómetros nos llevará y devolverá por un trayecto inigualable, repleto de estalactitas y estalagmitas, de ´salas´ forjadas durante miles de años a base de gotas martilleando las piedras y que les han proporcionado una fisonomía especial. La temperatura baja a la mitad de la existente en la superficie, por lo que el consejo inevitable consiste en abrigarse.
En un momento dado el tren se para en una especie de estación forjada en la gruta, asfaltada, y descendemos todos para recorrer algo más de un 1,5 kilómetro a pie. Ascendemos hasta el mirador, bajamos por el denominado Puente Ruso, entramos en la ´sala de los espaguettis´… Cada mirada permite descubrir un espacio único, asombroso, maravilloso, cultivado durante milenios para gozo de nuestra mirada.
Con una explicación somera de audioguía en castellano que nos ofrece los datos básicos y nos revela la cantidad de actividades que se realizan en esta atracción natural que da prestigio a Eslovenia, desde belenes vivientes a conciertos de orquestas de renombre, al margen de todo tipo de convenciones de espeleología.
Vale la pena disfrutar de una experiencia de este tipo. Turística, sí, pero el turismo que mueve Eslovenia no puede compararse con la masificación que estamos -o estábamos acostumbrados- en lugares emblemáticos de España.
El castillo, enclavado en una montaña, y la ciudad de Pstojna
Al castillo, después de la decepción del de Ljubljana de ayer, que se ha convertido más en un gran restaurante que en un vestigio del pasado, vamos en coche, pero para echarle un vistazo desde abajo. Me recuerda al monasterio de San Juan de la Peña, en Huesca, porque está enclavado en una montaña. La historia del caballero Erasmo, que salía por un largo túnel del castillo sitiado, pretende, como suele ocurrir en todos los países, ampliar el encanto de la fortaleza de Predjama, a nueve kilómetros de la cueva de Postojna. 13 euros la entrada que no pagamos.
Desde allí nos desplazamos a la propia ciudad de Postojna, con una temperatura de más de 35 grados. Su aspecto recuerda la típica estética urbanística de los países de la antigua URSS y del contagio a quienes configuraban el Pacto de Varsovia. Su misma plaza principal, con la denominado de Tito, evoca aquella época.
Poco más puede decirse de esta localidad, en la que los principales atractivos lo constituyen una antigua barbería, la casa natalicia de un personaje desconocido y la subida a los restos de lo que fue el castillo. Realmente la urbe tiene la condición de tal desde hace poco más de un siglo, por lo que en cuestión de historia no se puede exigir mucho. La calina que hace tampoco anima, así que volvemos a la base.
La costa eslovena, Koper, Izola, Piran
Por fin descubro caminos forestales por los que moverme para evitar las carreteras comarcales. Me ha costado, porque desde la granja solamente los hay en una dirección, para ascender a las aldeas cercanas. Al contrario que en Francia, por ejemplo, aquí la gente con la que te cruzas es de poco darse los buenos días. Te responden si les diriges un saludo, pero en muchos casos ni te miran. En general, como podemos comprobar en nuestros recorridos, no rebosan simpatía. No es que resulten antipáticos los eslovenos, pero sí más bien secos y poco expresivos.
Hoy nos encaminamos hacia la costa adriática, a los 40 kilómetros que tiene Eslovenia debajo de Trieste, entre Italia y Croacia. Primero nos dirigimos hacia Koper, a unos 80 kilómetros de nuestro pueblecito. Dejamos el coche en el aparcamiento del mercado, donde la primera hora no te cobran y a partir de ahí cuesta un euro cada 60 minutos.
Nos adentramos en la calle principal, donde hay alguna de las tiendas de zapatos que otorgan cierta fama a la localidad, hacia la plaza central, donde se ubica la torre defensiva y campanario, a la que posteriormente se añadió la iglesia, la logia, que ahora deslumbra como lujosa cafetería, o la escalinata centenaria que permite atisbar una mejor vista de la citada plaza. Nos sentamos en una curiosa terraza ubicada en una de sus esquinas, en la que relata la historia del músico Tartini.
Desde allí bajamos hacia el puerto para dirigirnos de nuevo al ayuntamiento. La población recuerda a Bari o a Corfú, por su arquitectura veneciana, sus palacetes en muchas esquinas… Por la ruta que emprendemos desembocamos en la antigua lonja de la sal, junto a puerto, desde donde retornamos al aparcamiento Son las 14,16 horas y la temperatura en Eslovenia supera los 35 grados.
Desde ese punto nos dirigimos a la vecina Izola. La gente abarrota la arboleda pegada al mar. Es su playa, porque aquí no la hemos visto de arena. Los bañistas colocan sus hamacas y toallas entre la pinada o en el mismo asfalto, en un tramo de muelle, y se lanzan al agua directamente o toman el sol. Damos un paseo y acertamos con el restaurante. Comemos en una plaza próxima al puerto, en Bella Italia, donde, además de deliciosa pizza y tiramisú, nos sirven unos sabrosos calamares. Se trata de un bar pequeño, muy familiar y recomendable. La población da para un paseo por sus callejuelas, menos intenso que el de Koper porque el casco antiguo resulto más reducido.
En la oficina de turismo nos aconsejan ir en autobús a Piran. El número 1 pasa cada 20 minutos por 1,5 euros -a pagar con tarjeta de crédito obligatoriamente- por adulto. Nos dicen que aparcar en Piran -prácticamente pegada a Portorose- resulta imposible porque no permiten entrar en vehículo particular. Sí que se puede dejar el coche en algún aparcamiento de la entrada, pero nos insisten en la oficina de turismo en que resulta más caro y que suelen estar llenos.
Hacemos caso. Piran es muy turística. El tramo de Portorose recuerda a una especie de Cannes eslovena, con sus tiendas de lujo, sus casinos, sus cochazos. Antes de llegar a Piran subes y bajas una colina, por un trozo de carretera que no discurre junto a restaurantes ni tiendas que copan la primera línea de costa.
Piran tiene el mismo estilo de puerto con diseño de la Venecia de sus mejores tiempos como potencia europea. Con sus callejuelas estrechas de colores, sus palacetes y, sobre todo, la plaza con la estatua del antes aludido músico Tartini, nacido en Piran. Amplia, repleta también de cafeterías y tiendas en sus alrededores y, al fondo y a una altura mayor, la iglesia y la torre campanario. Da para captar una imagen en contrapicado, con Tartini en primer plano y la iglesia de fondo.
El sol sigue picando. Los tópicos de que en Centroeuropa se está más fresco que en España en verano ya venimos comprobando año tras año que resultan inciertos. En agosto, desde hace tiempo, las temperaturas son elevadas de San Petersburgo a Quebec, por poner dos ejemplos vividos con más de 30 grados. Las botellas de agua -no las venden demasiado frescas- las consumimos una tras otra. Volvemos a la granja, donde llegamos sobre las ocho de la tarde.