Seguimos nuestra crónica viajera por la capital de Escocia dando la bienvenida a 2023. Y esta noche toca recorrido por la Edimburgo fantasmagórica con Guru Walk de nuevo. Fernando, el guía, cuya vestimenta y forma de narrar acompaña perfectamente el paseo por el miedo que puede inspirar.
Nos habla de los huérfanos abandonados que vivían en los close o callejuelas y, después, en los subterráneos, de los estragos de la peste, de los dos irlandeses que vendían cadáveres de personas a la que acababan de matar a la facultad de Medicina, de la escalera de Jacob, de la tumba de Hume, de las brujas, del puente del diablo o del cementerio de Old Calton, que recorremos en penumbras, entre otras cuestiones que erizan la piel, y no únicamente por el frío.
Hoy, prácticamente en ayunas entre el desayuno abundante y la cena, toca el clásico filete a la parrilla británico con patatas. En el hotel, como detalle, nos regala un simpático camarero italiano dos latas de Irn-Bru, la bebida típica sin alcohol escocesa. De la alcohólica ya tomo una pinta de Tennent´s (la de ayer fue de la marca Innis&Gunn), una de las cervezas más populares.
Día gris, aunque alcanzaremos los diez grados, todo un hito en esta época invernal. Inicio la jornada con paseo hacia Princess street desde la iglesia donde se casó Agatha Chirstie al ostentoso monumento en homenaje a Walter Scott, el prolífico autor de múltiples novelas de aventuras. Así veo amanecer, una circunstancia que aquí se produce del todo alrededor de -como no deja de sorprenderme- las nueve de la mañana.
Nos acercamos al castillo de Edimburgo, el famoso, a entrar. Cuesta 18 euros para adultos si compras el billete en la web y 21 si lo haces directamente en taquilla. En cualquier caso, como hay bastante gente decidimos desplazarnos primero a Dean Village, un espacio de casas antiguas de la ciudad, y, sobre todo, que transmite la paz que le confiere el río Leith a su paso acelerado por una caída de agua que después se apacigua.
Da para hacerse unas fotos en este espacio pintoresco y para salir unos minutos del bullicio. Desde ahí iniciamos un paseo por el lateral del río que nos lleva a la ciudad nueva para, más adelante, enderezar de nuevo hacia Princess street.
Bocadillo de cochinillo
Comemos en Oink, un local en el que hacen bocadillos de carne de cochinillo mezclado con la salsa que escojas de entre media docena que te ofrecen. El comercio triunfa y tiene cola para coger el citado bocadillo (de tres tamaños entre 4 y 8 libras más o menos el precio) y salir con él, ya que apenas hay espacio en el interior para ingerirlo. En nuestro caso, lo hacemos en una arco formado sobre Victoria street, la calle de este curioso local. O de Bernie’s, que ya cité en el pasado.
Luego nos bebemos un chocolate bien caliente en Deacon, nombre que recibe un pub por un lado y una cafetería por otro, situados prácticamente en frente uno de otro en la Royal Mile. El lugar tiene su encanto por los cuadros, las teteras y otros objetos de decoración. Y con demanda de mesa, porque se forma una pequeña cola para entrar.
El castillo de Edimburgo
Y vamos ya hacia el castillo de Edimburgo. Entramos a las 15,20, con el tiempo justo para contemplarlo de día antes de que empiece a anochecer. De hecho, nos marcharemos a las 16,45 a oscuras, ya que el recinto apenas cuenta con iluminación. Lo más llamativo consiste en contemplar las joyas de la corona o la denominada piedra del destino.
Como espacio amurallado, prefiero bastante más unos cuantos españoles o franceses. Tiene la gracia de hallarse en una cima volcánica, de la ermita de Santa Margarita del siglo XI o del cañón del disparo de las 13 horas.
También resaltaría cómo refleja las tradiciones escocesas y el homenaje que rinde, en la sala específica para ello, a todos los militares caídos en batalla. Ese respeto al pasado, a los héroes, a su historia, despierta toda mi simpatía. Un buen ejemplo lo constituyen las estatuas, en cada lateral de la entrada del castillo, de William Wallace y de Robert Bruce. No podían faltar en este lugar.
Desde aquí no me resisto a hacer el recorrido de lo que se conoce como Milla Escocesa, es decir, de la Royal Mile, con su supuesto kilómetro y 800 metros, para llegar al extremo contrario al castillo de Edimburgo, donde se halla otro recinto palaciego, el de Holyrood, residencia histórica de la monarquía escocesa y también de la británica en general. En este tramo de la Royal Mile no existe el bullicio de público ni de tiendas de la parte superior.
A partir de la catedral de St Giles el ambiente empieza a relajarse. De hecho, en la parte inferior, donde igualmente se encuentra el parlamento, da la impresión de transitar casi por una calle periférica.
Es noche cerrada desde hace rato. Llega el momento de ir al pub. Repetimos con The last drop, el lugar donde tomaba su último vaso de whisky quien iba a ser ajusticiado en el cadalso que instalaban frente a él, en Grassmarket, la calle actualmente prolífica en pubs. En el interior de The last drop la imagen en pintura y la recreación física de varias sogas rememoran ese pasado. Y así nos despedimos de Edimburgo en nuestra última noche en la ciudad.
Con un paseo matutino para acercarme a la catedral episcopal de St Mary y una visita, por fin y después de tres días cerrada, a la catedral de St Giles concluye el viaje. Eso sí, no sin antes dar un postrer paseo por la siempre presente Royal Mile y con la clásica compra de un libro que tenga que ver con el país o la ciudad y escrito por un autor local o nacional, a modo de despedida, en el aeropuerto.
En este caso apuesto por un tema curioso y adquiero el ensayo The coffin roads (algo así como el camino de los ataudes), de Ian Bradley, que recoge tradiciones y rutas funerarias de islotes de Escocia. Lo que cuenta serviría de base para otra crónica viajera.