Aterrizamos en Doha, la capital y metrópoli de Qatar, a las 5,15 de la mañana, con 22 grados. Antes hemos hecho dos vuelos con Turkish Airlines Valencia-Estambul y Estambul-Doha, con una corta escala entre ambos, de esas que te hace dudar de si cogerás el siguiente avión, sobre todo cuando el primero ha salido con una hora de retraso. Cada vez me gustan menos los retrasos y la atención muy mejorable al cliente de la compañía turca.
En el aeropuerto internacional de Doha todo fluye con rapidez, tanto recogida de maletas como revisión de pasaporte. Siempre hay algún operario que te indica hacia dónde ir sin que te haga falta ni preguntarlo. Lo mismo sucede con la cola para recurrir al taxi, muy bien organizada y dirigida.
En unos 25 minutos, y por alrededor de 16 euros, nos plantamos en el alojamiento con la familia Roda, que nos cuida de maravilla. Cansados de la noche en vela, reposamos un largo rato, con el día ya más que amanecido.
Hoy, con el partido de España como telón de fondo de la jornada y con el cansancio acumulado, no pretendemos hacer demasiado turismo. Después de ubicarnos, nos vamos al zoco. Aquí la gente utiliza mucho la aplicación Uber de transporte de pasajeros y, debido al Mundial, muchas calles y avenidas están cortadas.
Antes del zoco, recorremos un espacio habilitado para camellos, que apenas pueden girar en círculo sobre sí mismos al tener un tobillo encadenado. Muy cerca se hallan unas cuadras con numerosos caballos de la familia real instalados en habitáculos individuales.
Conforme nos acercamos más al zoco, aumenta el ambiente. Tanta gente con camisetas de países muy diversos proporciona un colorido enorme y mucha animación, además de llenar todos los restaurantes, lo que convierte prácticamente en imposible la tarea de sentarse en alguno de ellos. Las calles centrales del zoco están abarrotadas.
Al final optamos por regresar a la casa a comer y hacerlo de manera más relajada, con descanso posterior, con el fin de recuperar energías de cara al partido de esta noche. En Qatar existe una diferencia de dos horas, por lo que ese encuentro de España contra Japón se disputará a las 22 horas (ocho de la tarde en España).
El partido que lo originó todo
El partido –el motivo por el que estamos en este país- se percibió tan desastroso desde el estadio como supongo que se vería por televisión o por la pantalla a la que cada cual recurriera. Estábamos sentados entre japoneses, tan respetuosos con nuestro sentimiento abatido como alborotadores cada vez que su equipo se acercaba a la portería de España. También con algunos con camiseta española aunque tenían bastante más aspecto de nativos. Mucha seguridad en el estadio e imposibilidad de pagar con una tarjeta que no fuera exactamente visa en los bares.
Del partido de fútbol en sí prefiero no escribir. Después, nos costó casi tanto como a España marcar un gol volver a la casa. Los taxis se cogían en una explanada alejada más de un kilómetro del estadio, y había una cola que tenía el aspecto de superar la hora de espera tanto para taxis como para coger vehículos de la empresa Uber. Uno de los muchos asistentes que hay por las calles nos aconsejó que mejor saliéramos a la avenida cercana e intentáramos buscar taxi allí.
Al poco de alejarnos de la cola nos aborda un tipo que nos pide cien euros por llevarnos para un recorrido que no costaría ni diez, que es lo que le ofrezco. Reduce a 50 su petición y se queda ahí. Seguimos andando y viene otro también a proponernos sus servicios de taxista espontáneo. Al final, por 20 euros, y sin tener mucha idea de nuestra dirección, nos transporta. Sobre las 1,30 nos acostamos después de un largo día en una noche que nos costará cerrar con la conciliación necesaria de sueño.
Corniche y fan zone
Amanece en Doha poco después de las cinco, aunque apuramos casi hasta las diez para levantarnos. Es viernes y, por tanto, festivo en países musulmanes. Después de tomarnos con tranquilidad la mañana, nos desplazamos, también con Uber, a la corniche, denominación que recibe el paseo marítimo. No está tan abarrotado como el zoco ayer, aunque hay aficionados de diversos países tomando fotos de la panorámica de rascacielos de fondo y, en primer plano, de carteles alusivos al mundial.
Nos comemos un swarma (como llaman por estos países a lo que en España conocemos más como kebap) en un espacio de mesas sobre uno de los escasos parques con la citada y preciosa panorámica de fondo y andamos hasta la estatua de la perla, que evoca el pasado de buscadores de perlas de los qataríes hasta descubrieron que su mayor riqueza no estaba en el mar, sino bajo tierra.
Nos trasladamos hasta una de las principales fan zone o espacio para aficionados, donde te piden la famosa y mundialista tarjeta Hayya, que es la que permite entrar en todos los recintos y en el propio país. Dentro hay numerosos juegos relacionados con fútbol, de meter la pelota por lugares inverosímiles o de afinar tu regate, además de, claro está, pantallas gigantes.
A las 17,30 ya es de noche aquí. Los grandes rascacielos se iluminan, algunos con colores relacionados con el Mundial de fútbol o los equipos que participan. Hay miles de personas que entran y salen de la zona de fans. Y a las nueve de la noche, entre partido y partido, lanzan un castillo de fuegos artificiales y un espectáculo de drones al cielo.
Son ya bastantes horas de dar vueltas, de vivir la parte del Mundial que no son los encuentros de las selecciones, sino de sus aficionados, así que volvemos a la base para contemplar, ya desde la televisión, el siguiente desenlace futbolero. Y así cerramos este día, en el que hemos tenido los sobresaltos de la cancelación de nuestro vuelo de vuelta por parte de Turkish y con las gestiones repetidas con Edreams para que nos busque solución. Nos acostamos sin tener la tranquilidad de que nos lo hayan resuelto.
Por la mañana leo un correo recibido de la citada empresa de viajes Edreamos poniendo que había confirmado los billetes para el día 5. Espero que con eso ya esté resuelto. Nos levantamos tarde, teniendo en cuenta que aquí son 120 minutos más por la diferencia horaria. El objetivo hoy consiste en localizar a algún futbolista de la selección española para que los niños lo vean. FIFA, el organizador, no deja acercarse a los entrenamientos. Los tienen totalmente restringidos.
Después de numerosas gestiones conseguimos el número de Pau Torres, el futbolista del Villarreal. Le llamo, le cuento toda la historia pidiéndole un minuto de su tiempo y lo único que me pregunta es quién me ha dado su teléfono para colgarme acto seguido y luego ya no volvérmelo a coger.
Al final, ante la dificultad y esa falta de empatía y cercanía que, por desgracia, caracteriza el endiosamiento de demasiados futbolistas, nos vamos a ver Katara, una reproducción de cómo vivían antes los qataríes. Allí contemplamos un museo de la historia de los mundiales, un mercadillo que recrea los puestos de ventas de perlas que en el pasado alimentaron a este pueblo o un desfile militar. Después, comemos en la terraza de un restaurante unas chuletas y dos tipos de hummus con un delicioso pan.
El lujo de la Perla
Desde allí subimos a otro coche de Uber que nos lleva hasta la zona conocida como la Perla, el puerto de alto nivel de Doha. Nos deja entre un concesionario de Rolls Royce y otro de Ferrari. Comenzamos a pasear por la periferia del embarcadero, entre todo tipo de locales de lujo. Nos paramos en una cafetería porque me apetece tomar un té árabe, objetivo que no cumpliré hoy ya que, al igual que en el restaurante anterior, solamente nos ofrecen los típicos de consumo británico.
Nos sentamos y únicamente pedimos dos de los cuatro. El camarero nos dice que para permanecer en el lugar entre todos hemos de consumir un mínimo de cien riales (el equivalente a 25 euros). De lo contrario, tendremos que marcharnos, algo que terminamos haciendo.
Seguimos paseando hasta pedir un nuevo coche para desplazarnos. Tarda bastante en llegar debido al tráfico y, después, nos costará una hora, también por el mismo motivo, alcanzar nuestra base, en el lado contrario de esta megalópoli de dos millones de habitantes.
La decoración mundialista, con el turbante de mascota (bautizado como La´ebb), el topónimo de Qatar escrito en grandes caracteres allá donde mires, la alternancia de blanco y grana, las imágenes enormes de los principales referentes de las distintas selecciones colgando de enormes edificios o las palmeras ´vestidas´ para la ocasión, se observa por doquier.
Hoy nos desplazamos a West Bay, denominación que recibe la panorámica de rascacielos que caracteriza a Doha cuando muestran alguna imagen de la ciudad y que se encuentra justo frente a la corniche, el paseo que recorrimos hace un par de días. El tránsito será en coche, de echar un vistazo. Las calles no atraen para caminar, ya que están valladas, sin comercios ni espacios verdes.
Con el vehículo, en cambio, puede contemplarse las enormes moles construidas para viviendas y oficinas y semihabitadas. También ofrece la posibilidad de transitarse por las autovías que en el pasado fueron bulevares de dos carriles. La urbe ha sido transformada para el mundial, cambiada para facilitar el desplazamiento en vehículo con aire acondicionado que evite sufrir las tórridas temperaturas de verano. No está pensada para disfrutar de un largo paseo.
Y así nos movemos entre edificios enormes de los que penden imágenes de jugares de renombre internacional y a los que el colorido de los uniformes de las diferentes selecciones les confiere un aspecto más alegre y mundano, y menos frío e imponente.
West Bay y la gasolina
Desde allí vamos a otro ciclópeo bloque, que en este caso acoge un centro comercial, de los que en este país no cierran en toda la semana y únicamente paran una hora los viernes para la oración. En casi todas las tiendas venden algo relacionado con el Mundial de fútbol. La ciudad vive para el acontecimiento. Ha sido reconstruida para acogerlo y se ha colgado sus mejores galas para hacerlo.
Estos días, vayas donde vayas, te cruzas con alguien que luce la camiseta de Argentina, la selección, posiblemente junto con la de Brasil, más acompañada por sus incondicionales. La gasolina, por cierto, cuesta medio euro, y eso que ha duplicado el precio respecto a hace un lustro. Te la pone el operario de la estación mientras permaneces dentro de tu vehículo en marcha para mantener el aire acondicionado encendido.
Y otro por cierto: hasta la fecha, en estos días, no hemos coincidido con alguien que sea qatarí. En taxis, uber, barbería (no me pierdo mi afeitado rasurado al límite típico de país árabe) o allá donde vayamos, son indios, paquistaníes, filipinos y de otros múltiples países que han venido a la península arábiga a mejorar su vida. Si les preguntas, te dicen que están contentos.
Ahora ya nos queda disfrutar de las últimas horas en Qatar, con la familia que de manera tan fenomenal nos ha acogido y dado la oportunidad de conocer mejor Doha, y dirigirnos después al aeropuerto confiando en que Turkish Airlines cumpla con el cambio de vuelo que la misma compañía ha provocado anulando el que nos había vendido previamente.
Desde luego, los tópicos escuchados y repetidos en España sobre Qatar no los he vivido ni percibido. En la práctica, la experiencia me ha recordado a otras pasadas en países musulmanes como Egipto, Siria (antes de la guerra) o Jordania. Con un nivel de vida más alto e incluso mayor seguridad en las calles en el caso de Qatar.
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