De Atenas a Venecia. Y la siguiente etapa constituye sin duda la joya de la corona de este viaje por la trascendencia histórica del enclave. Se trata ni más ni menos que de la democrática Atenas, una ciudad para patearla y que le pide el cuerpo al viajero perderse por sus calles. No obstante, si acudes a mitad de agosto, con 35 grados y en expedición familiar, la opción de subir a un bus turístico de las diversas compañías que lo ofrecen nada más salir desde el puerto se convierte en muy atractiva.
La Acrópolis
Te lleva a las faldas de la Acrópolis y, desde allí, puedes (está incluido en el billete de un día a 16 euros) subir a otro autobús que te hace un recorrido panorámico por Atenas, con numerosas paradas en las que bajar o subir. Tenemos la inmensa suerte de que el día que llegamos, un 15 de agosto, es festivo, por lo que apenas existe tráfico en sus calles. Esto no exime de la inmensa cola para comprar la entrada a la Acrópolis.
El tiquet del autobús incluye un recorrido por Atenas por el céntrico barrio de Plaka a pie con guía. Nos lleva por una barriada peculiar, de casas blancas y calles sinuosas, poblada por gente procedente de la isla de Anafi. Nos explica que en Plaka no hay casas en venta, que se accede por herencia. Cosas de Atenas.
El paseo acaba en la comercial plaza de Monastiraki. No demasiado lejos podemos disfrutar de una tradición menos concurrida, el cambio de guardia en la plaza Sintagma de Atenas ante la tumba del soldado desconocido, que asemeja más a una colorida y solemne danza folclórica.
Corfú y el mar Jónico
Y del mar Egeo al Jónico para visitar Corfú. La línea 15 de autobuses nos lleva desde el puerto al centro de la ciudad por 1,70 euros. La oficina de turismo antes allí ubicada ha cerrado y no encontramos más. Ante la pregunta de por qué, la respuesta por parte de un autóctono consiste en que todo ya está en internet. Pese a que tiene su dosis de razón, siempre se agradece una opinión experta que te oriente cuando llegas en una ciudad desconocida, sobre todo, como en el caso de Corfú, si tiene el pedigrí de Patrimonio de la Humanidad.
Empezamos a callejear. Pasamos junto al antiguo teatro y actual ayuntamiento, cerca de la catedral. Desde allí hasta el castillo antiguo (seis euros la entrada), que alcanzó su máxima eclosión en los siglos de dominio veneciano. El ascenso hasta su cúspide y, sobre todo, la panorámica que desde allí se aprecia, supone su principal atractivo. La vista llega hasta la cercana Albania. No se accede a las estancias de la fortaleza.
Cogemos un trenecito (ocho euros) para recorrer la ciudad. Nos lleva por el cercano paseo marítimo, aunque sin explicaciones ni detalles. Luego continuamos callejeando, quizás el principal atractivo de Corfú (de hecho, su casco histórico, junto a sus dos castillos –el nuevo y el antiguo- es lo que realmente constituye Patrimonio de la Humanidad), e incluimos el entorno del museo bizantino. Concluimos la visita en una terracita frente a la citada antigua fortaleza para degustar tzatziki y pulpo a la vinagreta. Esta vez es el autobús de la línea 16 el que nos devuelve al puerto.
Kotor, en Montenegro
Y ya de vuelta al mar Adriático, escala en Montenegro, en concreto en la localidad amurallada de Kotor, casi de ensueño, con una esbelta bahía de acceso y un tramo de muro que asciende hasta la cima de la montaña posterior. Se accede a la urbe por tres puertas fortificadas. La asimilan recurrentemente a la vecina Dubrovnik, en Croacia, aunque a menor escala por su tamaño (unos 22.000 habitantes).
Al principio te pierdes en sus calles, hasta que ubicas las citadas tres puertas y ya controlas el espacio donde está radicada la catedral, sus numerosas iglesias, sus palacetes. La mayor parte de locales comerciales –prácticamente todas las viviendas- son tiendas de recuerdos o restaurantes. Por las estrechas calles adoquinadas no transitan vehículos a motor, solo unos carros con ruedas arrastrados por personas y que transportan aquello que se necesita en el interior de Kotor.
Patrimonio de la Humanidad declarada por la Unesco, se trata de una coqueta ciudad, que consta de una empinada y resbaladiza subida de unos 45 minutos para ascender a su cima y disfrutar del premio de una bella panorámica. La iglesia ortodoxa serbia, la catedral (tres euros la entrada) y otros templos jalonan el centro. Se puede subir a algún tramo de la muralla que, en gran parte, está circundada por agua.
Retorno a Venecia
Y retorno a Venecia, compuesta por alrededor de 120 islas unidas entre puentes. Es uno de los datos que más nos repiten. Sorprenden muchas cuestiones, como que denominen campo a las plazas y que la única plaza real bautizada como tal sea la celebérrima de San Marco. Pasas de transitar por calles abarrotadas de turistas (nos hablan de hasta 40 millones al año de visitantes) a otras solitarias y que se van estrechando en cuanto decides alejarte del bullicio o buscar un destino. Muchas veces acabas ante un canal sin puente para cruzarlo.
Primera de las tres visitas guiadas por el sistema llamado de free tour. En este caso con la empresa Buendía. Iniciamos el recorrido en la galería de l´Academia, nos lleva por Rialto, barrio y puente a cuyo alrededor se desperdiga un conocido mercado. Callejeamos para terminar en la imponente plaza de San Marco, con la historia de sus icónicos caballos en el friso del templo, los leones, el reloj, el baile de Napoleón, la basílica o el saludo de los Reyes Magos. Demasiados detalles para extenderme en esta crónica viajera y sobre los que existe abundante información que puede consultarse. Después, el palacio del dogo, la prisión, el muelle con la playa de Lido frente a él. Para cenar, el pastel de queso denominado Mozzarella in carroza.
Vaporettos, Spritz, Tiramisú…
Nos ubicamos con los precios. Los clásicos vaporettos comunitarios para transitar por los canales cuestan 7,5 euros el billete o 20 un pase de 24 horas. Las góndolas, 80 euros por el día y 100 a partir de las siete de la tarde para que te lleven durante 35 minutos. La bebida típica es una especie de Martini rojo llamado Spritz, que en su variedad más dulce se denomina Aperol, y en otra más amarga y autóctona, Select.
También nos informan del origen del tiramisú en la región del Véneto, cuya capital es Venecia, como postre afrodisíaco. Nos hablan de los tres tipos de máscara genuina, la del médico que trata la peste, con su nariz excesivamente alargada y aguileña, la de mercader –la que más se prodiga- y la de prostituta, con la boca cerrada. Otro detalle consiste en que uno de sus ciudadanos más ilustres fue el músico Antonio Vivaldi.
Venecia da para una semana sin pausas. En nuestro caso le dedicamos un par de días intensos. Uno de ellos empieza en una pastelería donde desayunamos y en la que el precio de los pasteles sube dos euros si los consumimos en la barra. Esta circunstancia se repite en otros locales.
Recorremos el gueto (de aquí viene la palabra, según nos cuentan, de trabajar en hierro y que surgiría en Venecia) judío y las pozas de agua potable, con sus agujeros en una esquina para que bebieran los gatos, animales muy bien recibidos durante la trágica época de la peste por su capacidad para acabar con los ratones que ayudaban a transmitirla.
Nos cuentan cómo el oficio de gondolero lo tienen monopolizado unas cuantas familias, que lo transmiten de padres a hijos sin posibilidad de acceso externo, y de cómo en Venecia apenas residen 22.500 personas debido a los altos precios de la vivienda (650 euros la habitación en una casa, nos refieren como ejemplo). La mayoría de quienes trabajan allí vienen desde localidades próximas.
Burano y Murano
Después nos desplazamos a la isla de Burano (unos 35 minutos en vaporetto desde Venecia), para contemplar sus casas de colores y pasear junto a sus canales y tiendas. Y para comer en un bar de pescados junto al muelle. Desde allí seguimos hasta la afamada –por sus cristales- Murano, en una vaporetto abarrotada. Tiendas y más tiendas, con exhibiciones de elaboración de cristal.
El regreso a Venecia se hace largo y no porque Murano esté lejos (se halla apenas a diez minutos), sino porque el vaporetto se detiene en las siete paradas de la isla cristalera, en el islote ocupado por el cementerio y en siete más en Venecia antes de dejarnos en nuestro destino, en Ferrovia.
Nueva visita guiada, esta vez por lugares menos transitados. Como la basílica de Santa María dei Frari, donde se encuentra la enorme tumba –más bien parece un mausoleo- de Antonio Canova. Nos cuentan que es la segunda iglesia más grande de Venecia junto a la de San Pantaleón (con su famoso lienzo en el techo). También pasamos por el único astillero de góndolas, o por el campo de Santa Margherita, donde abundan las terrazas en las que se contempla en la inmensa mayoría de mesas copas rojizas por contener el típico Spritz.
Venecia resulta una ciudad muy intensa, en la que perderse, en el sentido literal de la palabra, por sus calles, que se estrechan o amplían por tramos, supone una práctica involuntaria muy habitual. No obstante, así se descubren auténticos remansos de paz entre tanto bullicio de turistas.
Y el último día vamos al puente de Rialto para subir hasta la cima del centro comercial Fondaco dei Tedeschi, desde se contempla una preciosa panorámica de Venecia con el gran canal como arteria principal. En sus aledaños se ubica el mercado de frutas, verduras y pescados de Rialto, que cierra a las 12 del mediodía.
Vaporetto a San Marco
Desde allí subimos por última vez al vaporetto que lleva a San Marco (líneas 1 y 2), plaza que recorremos por los arcos laterales para observar, entre otras curiosidades, los precios de las bebidas en sus restaurantes. En el caso de los más caros, la bebida más barata, un simple café, asciende a 6,5 euros.
Entramos en la basílica dejando antes en un local habilitado en una calle transversal la mochila. Con el tíquet que nos dan disponemos de acceso directo al templo sin tener que hacer la cola. Durante una hora puedes deleitarte contemplándola. Quizás pueda parecer recargada por tanta figura y pan de oro, o, posiblemente, te resulte preciosa.
Desde allí nos desplazamos a pie por las intrincadas calles de Venecia hasta la piazzeta de Roma. Incluso Google Maps se pierde, que ya es decir. Se suele hacer el camino más largo de lo calculado inicialmente por ese extra que hay que añadir de perderte y reencontrar la senda. Tardamos hora y media en llegar. Allí está la estación de autobuses, desde nos llevan al aeropuerto de Treviso. Y así concluye este viaje entre Venecia y Atenas.
Lee aquí la primera parte del viaje: Treviso, Bari, Olimpia, Santorini…