Llegamos sobre las seis de la tarde a la monumental Carmona (Sevilla), de la que lo primero que se percibe desde la lontananza es el denominado como Alcázar de Arriba, con su extensa muralla amarillenta que contornea el actual parador. Vale la pena, aunque no te alojes en él, asomarse al patio interior de estilo árabe de cuyo centro mana la fuente incrustada en un precioso mármol que tiene cincelado un mensaje de apología al carácter purificador del agua.
Tenemos habitación en el otro alcázar, el de la Reina, aunque antes debemos hacer unas complejas maniobras para ajustar el coche por la entrada del aparcamiento. Desde la ventana, ya en la citada habitación, se contempla una preciosa panorámica de la vega sevillana.
Salimos a dar un paseo mientras anochece. Las sombras caen sobre Carmona a la par que transitamos entre sus espectaculares edificios que acogieron monumentales iglesias y lustrosos palacetes. Caminamos por el suelo empedrado característico del casco antiguo de la población, mientras esquivamos continuamente coches con la única protección de los portales, ya que apenas existen aceras. Alteran lo que podría ser un sosegado y placentero paseo, porque la urbe lo merece con creces.
En fin, mañana será otro día, ya con visita más amplia. Hoy queda la cena para probar platos típicos de Carmona. Así degustamos salmorejo, tomate con ventresca o un postre denominado Arenas Movedizas, que consta de tres capas superpuestas de nata, natilla y bizcocho. Antes, la clásica Cruz Campo, de tirador en mi caso.
De la Puerta de Córdoba a la de Sevilla
El segundo día en Carmona amanece despejado y propicio para dar un paseo. Salgo del antiguo alcázar y ahora hotel para dirigirme hacia la conocida como Puerta de Córdoba, una de las dos que permanecen de la Carmona histórica, de la Carmo romana y esplendorosa, que acuñaba su propia moneda. Desciendo hacia la fecunda vega, fuente de aprovisionamiento de la ciudad durante milenios y uno de sus principales focos de subsistencia en la actualidad.
Escucho ladridos en la cercanía, algo que va a ocurrir en numerosas ocasiones a lo largo del día. Desde balcones, en las alquerías, …. Sigo la pendiente en bajada hasta casi la altura del parador. Una flecha me indica el pronunciado ascenso que me llevará hasta él. Continúo en esa dirección, aunque más que hacia el parador me dirijo en dirección a la céntrica plaza de San Fernando.
Perderse por las calles estrechas y empedradas
Pronto compruebo que uno de los encantos de Carmona consiste en perderse por sus calles estrechas, empedradas y perfectamente identificables por su pulcro blanco. Nunca te acabas de perder literalmente en esta urbe de poco menos de 30.000 habitantes; no obstante, lo que sí que logras es que tu vista se pierda en los múltiples detalles. Paso por la denominada Puerta de Sevilla para asegurar la ubicación de la oficina de turismo que pronto visitaré y para echar un primer vistazo a los restos cartagineses, a ese tramo de muro ´almohadillado´ con el fin de amortiguar el golpeo de los pedruscos lanzados desde catapultas.
Regreso, desayunamos y nos dirigimos de nuevo hacia la oficina de turismo. Son las once. Comienza la visita guiada de dos horas y media de duración; una de las cuales consiste casi en su totalidad en recorrer y ascender por la Puerta de Sevilla, incrustada prácticamente a la cual se halla la citada oficina de información turística.
Constituye la base de su alcázar más monumental, el espacio donde se entremezclan vestigios de diferentes civilizaciones, el lugar construido con sumo cuidado para convertir en prácticamente inexpugnable la ciudad. Nos explican cómo se fue transformando, de qué modo el dominio islámico sustituyó los restos de un templo romano por un enorme aljibe para aprovisionar de agua la ciudad y resistir durante más tiempo cualquier asedio.
Carmona: desde la perspectiva de atacante y defensor
Ascendemos por encima de los matacanes, de la poterna, hasta la cima. Empezamos poniéndonos en el lugar del invasor y terminamos situándonos en el del defensor. Dos perspectivas del mismo imponente alcázar. Con la ´giraldilla´ – denominación de la torre-campanario de la iglesia de San Pedro de estilo similar a la Giralda de Sevilla– como hito a escasos cien pasos.
La Carmona monumental
Desde el Alcázar nos adentramos en la Carmona monumental. Pasamos por su antiguo mercado de abastos, que hoy ha consagrado su patio a terracita de cafeterías. Luego nos deslizamos por la epicéntrica plaza de San Fernando, cuya parte peatonal circular tiende a hacer creer que toda en sí es esférica, aunque realmente tiene una configuración cuadrada.
Entramos en el museo de la ciudad (2,5 euros la entrada), que acoge sus famosas vasijas de origen fenicio con la imagen del mitológico grifo que ha identificado Carmona como la suya propia, al igual que la expresión de lucero de España, o de Andalucía, con que la metaforizó el rey Fernando III, El Santo. También alberga una extensa colección de cofres de la antigua necrópolis romana o de utensilios domésticos de diferentes épocas. Igualmente sobresale por su ajardinado claustro.
Día de sol. Eso, en autonomías como la valenciana o la andaluza, por ejemplo, supone un firme reclamo para sentarte a disfrutar de un rato de la jornada delante de un vaso de bebida frío. En este caso, de una cerveza de la marca más extendida en la provincia y la comunidad autónoma que ya he citado anteriormente. Primero, en el espacio porticado del antiguo mercado de abastos.
La plaza de San Fernando
Después, en la cuadrangular plaza de San Fernando. Y como no hay dos sin tres, la tercera y ya última tiene lugar en la calle de San Ildefonso. No las acompañan con una tapita de obsequio, como sí hacían en Cazorla. Al preguntarle, el camarero de uno de los tres locales que visitamos nos matiza que como mucho nos puede poner unas aceitunas, que resultan ser tan sabrosas como escasas.
Cada parada permite saborear la degustación, conversar y, sobre todo, disfrutar de la contemplación de una calle de Carmona. No importa la que sea. En su casco histórico cualquiera merece una larga y detenida observación. Como la iglesia de Santa María, con su patio de los naranjos, lo que fuera espacio de abluciones de la mezquita previa, su claustro o su espectacular retablo mayor del siglo XVI. Supone el mejor epílogo a este viaje.
Vea aquí la primera parte del reportaje:
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