Comienza una nueva experiencia en El Camino de Santiago. Esta vez el tramo escogido posiblemente resulta el más exigente por su perfil montañoso. Como afirma el aforismo tan apropiado para la ocasión: “todo se andará”.
Con el objetivo de llegar hasta su origen, León, recurrimos al tren de velocidad rápida Alvia, que en cinco horas y media nos transporta desde Valencia hasta la capital leonesa, con escalas en Requena, Cuenca, Madrid o Palencia y con destino final -hasta allí ya no llegamos- Gijón.
Booking.comLa estación se halla a menos de un par de kilómetros del centro. En nuestro primer albergue nos alojan en una habitación de ocho camas para los dos. Las medidas covid mandan, lo cual nos convertirá en huéspedes más solitarios en la mayoría de alojamientos y mantienen las distancias al cerrar espacios comunes como los comedores de albergues. Nos proporcionan sábanas, toalla y edredón, algo no habitual en muchos alojamientos de estas características.
Un paseo por León para visitar su catedral
Como nos queda todavía algo de tarde, aprovechamos para visitar el edificio más emblemático de León: su catedral. Por seis euros la entrada, recorremos, con la explicación que nos aporta nuestro propio teléfono móvil tras escanear un código QR en la entrada del edificio, la catedral en cinco etapas cronometradas en una media hora. Nos impactan sus vidrieras.
Desde allí nos dirigimos a la Colegiata con la intención de visitar el cáliz de Doña Urraca, pero apenas dispondríamos de media hora para recorrer todo el edificio y las murallas, por lo que preferimos dejarlo para otra ocasión y optamos por un paseo por la calle del Cid y por la de Orduño II. Nos sorprende la escultura de un león saliendo de la alcantarillada, el castillo diseñado por Gaudí, los bares del barrio Romántico y del Húmedo, donde, por cierto, tomamos tapitas que te sacan cuando pides algo de beber. Helado y vuelta al albergue para repasar el recorrido de la primera etapa. Porque León ha sido solamente el preámbulo.
León-Hospital de Órbigo, 32 kilómetros de recorrido
Teóricamente empezamos con la más larga de las etapas que nos esperan: 32 kilómetros- La iniciamos a la hora prevista, las siete, que más o menos se convertirá en la cotidiana de inicio de recorridos. La salida de León se hace larga, como suele ocurrir en las ciudades, porque atraviesas polígonos o localidades pegadas. En este caso sucede lo último, ya que transitamos por Trobajo o La Virgen del Camino. Vamos todo el tiempo junto a la carretera nacional, por un terreno más o menos llano.
Almorzamos en un bar de madera prefabricado que atiende una mujer, acompañada de su hijo de unos ocho años, en San Miguel del Camino. No nos cruzamos con muchos peregrinos. Será la tónica de los próximos días. Quizás el año pandémico, pese a ser Xacobeo, o puede que no destaque como uno de los tramos más transitados.
La ligera brisa -que algunos días nos dejará casi helados- evita que nos achicharremos a partir de las once ante la potencia del sol y las altas temperaturas (la tarde anterior en la ciudad de León superábamos los 35 grados). El último tramo de siete kilómetros, desde San Martín, se nos hace largo. Llegamos justo para darnos una ducha y bajar a comer. Nos han adjudicado una habitación doble en el coqueto albergue de los Hidalgos.
Vamos a la Encomienda a darnos un homenaje gastronómico. Así iniciamos una rutina de comer tarde y sentarnos a hacerlo no con excesiva hambre; no obstante, una vez nos sirven los platos, los devoramos con gran avidez y parece que no tengamos límite. Eso provoca que luego apenas cenemos. Tenemos al mediodía hambre latente, que se hace patente cuando nos sirven la comida.
En este restaurante de Hospital de Órbigo nos acabamos, a base de mojar su anaranjada salsa con hogazas de pan, una deliciosa cazuela de trucha al laurel. Cecina y cerveza fresca nos permiten rematar la recompensa con la que nos obsequiamos tras el esfuerzo de la jornada.
Una pequeña siesta y algo de lectura (Yo estreno El Peregrino de Santiago, de Paulo Coelho, un autor con cuyos libros no acabo de congeniar), alarga la tarde. Hasta que decidimos bajar al jardín del albergue, para sentarnos en sus sillas, a la fresca. Entonces se acerca Juan, el propietario del local, y entablamos una amena conversación en la que él recuerda con cariño su etapa en Valencia. Será la primera de las tres personas que en este viaje evocará la ciudad del Miguelete con cariño al comentarle nuestro origen.
Paseo por el pueblo al caer la tarde. Posee su singular encanto, con su iglesia parroquial y el río Órbigo, fértil en truchas, separándolo del vecino municipio por un histórico puente que data del siglo V, aunque ha sido reconstruido en varias ocasiones.
Disfrutamos de la tranquilidad de la amplia explanada bajo el puente, por la zona no fluvial, y de una rodaja de melón en la cafetería María Palos, que lleva el nombre de un personaje mítico de Hospital, una ex religiosa que consagró su vida a cuidar las heridas de los peregrinos con remedios naturales. Refresca y nos retiramos para consagrarnos a las ya rutinas establecidas de planificar la etapa del día siguiente, dejar la maleta medio hecha y, por mi parte, redactar este diario.