Seguimos nuestra ruta, ya por tierras del Alentejo portugués. Desde el casco urbano de la villa medieval de Monsaraz nos desplazamos al cromeleque do Xerez, una construcción megalítica compuesta por una cincuentena de menires de granito de entre metro y metro y medio configurando un espacio cuadrado. En su centro se yergue uno de tamaño superior, de unos cuatro metros. Recuerda al famoso Stonehenge, en Inglaterra, aunque con otras características. Es de esos lugares en los que sientes que ocurre algo, que transmiten unas sensaciones especiales.
La playa de Monsaraz en el Alentejo
Continuamos por la misma carretera del Alentejo hasta llegar a su final en la playa fluvial de Monsaraz, con su arena, sus chiringuitos, sus deportes náuticos, sus recorridos en barco, su césped… todo ello como aparecido de la nada en un terreno aparentemente yermo. Emerge como un islote playero entre hectáreas de olivares o viñedos.
Y ya que nos referimos a vino, estamos en una de las principales zonas productoras de Portugal. Por ese motivo, en Reguengos nos aprovisionamos de un par de botellas de tinto y otras tantas de blanco. Antes pasamos por la alfarera población de Sao Pedro do Corval. Con el asfixiante calor, sus habitantes apenas transitan por sus estrechas calles.
Évora, Patrimonio de la Humanidad
Hoy paseamos por Évora, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad en 1986, entre los restos de más de cuatro kilómetros de muralla, por los tramos del acueducto Agua de Prata, del siglo XVI y que canaliza este líquido vital unos 19 kilómetros hasta desembocar en la ciudad partiendo de un largo cercano. Tiene, además, la singularidad de que podría utilizarse en la actualidad si fuera necesario.
Entre sus calles adoquinadas de viviendas blancas y algo desconchadas, envueltas, en el casco antiguo, por la muralla, se esconden el edificio que albergó la segunda universidad más antigua de Portugal o la iglesia de San Francisco, que custodia un enorme osario en una capilla que constituye una de las imágenes que más impresiona de la ciudad y que apela a la brevedad del tiempo.
Igualmente nos situamos frente a los restos del templo romano, que llegó a ser mezquita e incluso matadero a lo largo de los siglos hasta que recuperaron su estructura actual. Del mismo descubrieron restos de baños romanos que hoy pueden visitarse en el mismo edificio del Ayuntamiento.
O paseamos por la plaza de Giraldo, donde se recuerda, entre otros lugares, al personaje que protagonizó la conquista de la ciudad en el siglo XII para traspasarla a manos cristianas tras arrebatárselas a las moras. Siempre entre calles adoquinadas, con ascensos y descensos y coquetos recovecos con sus terracitas. El vehículo hay que dejarlo en alguno de los grandes aparcamientos situados en el exterior de las murallas.
Hacia Lisboa, a Setúbal
Después de un paseo matutino circunvalando Évora y bordeando sus murallas, nos desplazamos desde esta zona del Alentejo en dirección a Lisboa, aunque no para llegar a la capital portuguesa. Nos pararemos 30 kilómetros antes, en Setúbal, ciudad portuaria con alrededor de 130.000 habitantes. Discurre casi todo el trayecto por autovía. Ocho euros cuesta utilizar el tramo entre Évora y Setúbal.
Llegamos sobre las 12 horas, por lo que nos resulta bastante complicado encontrar aparcamiento céntrico. No vemos subterráneos y las zonas azules están cotizadas. Al final, con pago a gorrilla incluido, lo dejamos en la céntrica avenida Luisa Todi, que atraviesa la ciudad a lo ancho, en paralelo a la costa.
También nos cuesta hallar una oficina de turismo y, mientras andamos, nos topamos con el típico trenecito que te pasea por los puntos urbanos más interesantes. Nos subimos y durante parte del trayecto nos hace una visita particular, ya que no hay más pasajeros. Te cobran seis euros el viaje, y siete el día completo para subir y bajar a tu antojo en alguna de sus diez paradas. No funcionan los audífonos, con lo que se nos queda la visita incompleta. Sí que nos sirve para percatarnos de que los encantos, como mínimo en el recorrido del trenecito, no abundan.
Vamos a lo largo por la avenida Todi y, desde ella, empalmamos con la de José Mouriño, en honor el polémico entrenador de fútbol originario de Setúbal. Esta última vía urbana sí que discurre en paralelo a la bahía, que tiene la curiosa capacidad de juntar el río Sado y el océano Atlántico.
Una parada en el colorido mercado de Setúbal
Tras 40 minutos de trenecito, descendemos con rapidez para que nos dé tiempo de visitar el mercado do livramento, con sus puestos de venta de pescado, frutas y verduras o carne. En el pasillo central la imagen de unos gigantes estáticos recreando oficios como el de carnicero le da un toque singular
Cruzamos otra vez la avenida Todi para adentrarnos en la plaza de Bocage, donde está el ayuntamiento, visitable en su planta baja, la estatua del poeta que da nombre a la citada plaza y numerosas terrazas de cafeterías y restaurantes en un lugar con encanto que se presta a disfrutar de un rato de ocio mientras se contempla el tránsito de peatones. No obstante, decidimos sumergirnos en las calles, también sin tráfico, que la contornean, con sus tiendas y bares, para pararnos en uno de ellos a comer pulpo con una especie de ajillo de esta zona de Alentejo.
Subimos al castillo de San Felipe, construido bajo el mandato de Felipe I para frenar a la marina inglesa. Impone desde fuera y, sobre todo, encandila la vista desde sus murallas, con una panorámica preciosa de Setúbal. Del resto de la fortaleza, a parte de sus almenas, poco puede visitarse si descontamos una capilla. Quien quiera disfrutar de la perspectiva tomando algo puede aposentado en una cafetería instalada en uno de los puntos más elevados de la fortaleza en la que, por cierto, puede aparcarse el coche en su interior tras rebasar la única entrada.
Con un recorrido en coche junto a las playas cercanas -imposible parar, están abarrotadas- concluimos el recorrido por Setúbal y regresamos a Évora. Una hora más de coche. Antes de acabar el día paramos en un supermercado de la cadena Pingo Doce. Hemos observado muchos durante estos días en centros comerciales, pero todavía no había surgido la oportunidad. Son estilo Carrefour, por lo que aprovechamos para comprar vino blanco y el clásico vino verde portugués. Y con ese regusto llega nuestra última noch en el Alentejo. Mañana, regreso a España tras un intenso periplo por la provincia de Huelva y por el Alentejo, en Portugal.
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