Desayuno a las seis y, sin más dilación, reemprendemos el Camino de Santiago desde O Pedrouzo. Nos espera hoy un tramo de 19,4 kilómetros. La proximidad de Santiago de Compostela hace que progresivamente aumentemos el ritmo. Y lo hacemos más si cabe para adelantar a un nutrido grupo (64 peregrinos) de una parroquia de Puertollano.
Subidas, bajadas, pasamos junto a las sedes de Televisión de Galicia y de los servicios territoriales de TVE y llegamos al célebre monte de O Gouzo, desde donde en días despejados (no es el caso del que nos asignó el destino) se vislumbra ya la catedral. Por cierto, conforme te acercas a meta la ruta está peor indicada, con menos señales y con las existentes más deterioradas.
Aquí se nos suma la pareja de Barcelona al grupo de peregrinos compacto que formamos ya Daniel, Evarist y yo y enfilamos el tramo final, que discurre por las calles de Santiago hasta que nos plantamos en la mismísima plaza del Obradoiro. Son las 10,20. La hemos alcanzado en apenas cuatro horas. La alegría nos embarga. Objetivo conseguido. La imponente fachada nos muestra la dimensión de la meta.
Fotos y credenciales de peregrino
Nos hacemos las fotos de rigor y, con buen criterio y ya que nos hemos anticipado a la mayor parte de compañeros de camino, nos dirigimos a oficina habilitada para emitir las correspondientes credenciales de peregrino. En mi caso, también sumo el certificado de distancia, donde escriben mi nombre y la cifra de 114 kilómetros recorridos desde Sarria. La espera en la cola de la oficina apenas nos emplea diez minutos de nuestro tiempo.
Después me dirijo a una escondida oficina de Renfe situada tras la catedral y dentro de un museo, con el objetivo de cambiar mi billete de tren y salir antes al día la siguiente. Lo consigo in extremis, ya que únicamente queda una plaza en clase turista para el transporte que enlazará por vía férrea mañana Santiago con Madrid.
Ancestral misa del peregrino
Y luego, a la ancestral misa del peregrino que, debido a las obras en la catedral, la han trasladado a la iglesia de San Francisco. Y, una vez finalizada, a conocer el hostal. En Santiago he optado por una habitación individual para la última noche. En cuanto entro echo ya en falta –quien me lo iba a decir- el bullicio respetuoso de los abarrotados albergues.
Ya disfrutada la ducha, llega el homenaje gastronómico diario, aunque cuesta encontrar un sitio para comer porque todos los que circundan la catedral se hallan abarrotados. En el mejor de los casos te dan cita para dentro de hora y media. Pulpo con patatas de base (poco habitual en los anteriores municipios la presencia del tubérculo), revuelto de huevos con chorizo, pimientos de padrón, patatas con alioli y zamburiñas deleitan nuestro paladar.
Abrazo al santo
Nos encaminamos al interior de la catedral, que está marcada por los andamios y plásticos en su interior y la larguísima cola para dar el abrazo al santo. Evito esta última y prefiero pasar por la cripta y contemplar el cofre. Remate de tarde con compras para la familia en las curiosas tiendas de nikis. Regreso a la habitación para recopilar por escrito la jornada, y luego, quedada a las 20,30 horas para la cena de despedida. Antes me aseguro bien de la ruta para alcanzar la estación, que mi tren sale a las 7,48 de la mañana del día siguientes.
Media ración de pulpo, navajas y mejillones para rematar la experiencia y brindar por la amistad que El Camino ha sembrado entre Evarist, Daniel y yo. Después, último paseo por la ciudad para rematar, con unos minutos de silencio en la plaza del Obradoiro con el fin de disfrutar del momento. Lo último lo conseguimos, aunque el citado silencio lo trunca una tuna compostelana con su clásico repertorio. Quizás el mejor epílogo.
Comienzan las despedidas. El destino quiere que, en la dirección hacia el hotel, nos crucemos con tres chicas de diferentes municipios de la provincia de Castellón con las que hemos coincidido en anteriores ocasiones y, al pasar por la ventana de un bar, veamos a Toni y a José María con su grupo de nuevos amigos. En seguida se giran y podemos entablar nuestra última conversación.
Despedidas entrañables tras el Camino de Santiago
Y así, con despedidas entrañables y sentidas, concluye mi experiencia en El Camino de Santiago. Lo emprendí sin expectativas previas, dejándome llevar y con la única premisa de disfrutar del trayecto y de lo que surgiera. Lo termino con las piernas menos cargadas de lo que pensaba, sin ampollas (posiblemente gracias a los masajes de vaselina y visvaporús), con los paisajes gallegos en mente y con una sensación de plenitud y de haber saboreado una vivencia fabulosa. Y, por supuesto, con ganas de repetir. Posiblemente por otro de los caminos, o por un tramo diferente del denominado Camino Francés, y sumando algún día más.