Iniciamos a las 5.55 horas de la mañana la etapa más larga del Camino de Santiago, desde Palas del Rei a Arzúa. A las 5.30 ya estoy en pie. Me ha despertado la alarma de Evarist. Nos esperan 28,5 kilómetros por delante, que acabarán superando los 30 si incluimos el tramo desde los hoteles al camino, tanto a la ida como a la vuelta. Después de comerme el picnic que me dieron anoche (tan de madrugada no está abierto el bar), comienzo etapa junto al citado Evarist.
Es noche cerrada. Él lleva una linterna estilo minero en la cabeza. Hoy no nos escolta la bruma y en seguida me quito la gabardina. Realmente el buen tiempo nos acompañará durante todo el camino y no caerá sobre nosotros lluvia ni nos atenazará el frío.
Parada en Melide a comer pulpo
Transitamos a buen ritmo, pasando por caseríos y bosque hasta llegar, 14 kilómetros después, a Melide, donde está archiaconsejado parar a comer pulpo. Aunque a las 9.15 el cuerpo no lo pida mucho, cumplimos con la tradición.
Nos detenemos en uno de los dos grandes restaurantes con más fama (Ezequiel y A Garnacha). Nos inclinamos por Ezequiel, donde, en la entrada, enormes fogones calientan calderas cociendo pulpo. Pronto se llena el local. Al poco aparecen Toni y Daniel.
Etapa de 7.30 horas
El segundo tramo abarca empinadas subidas y descensos. Duele la rodilla y calienta de lleno el sol. La etapa nos emplea 7.30 horas, incluyendo dos paradas de 20 minutos. Las últimas cuatro horas las hacemos seguidas.
Después de atravesar algún riachuelo y aldeas, llegamos a nuestro albergue con ganas de disfrutar de una ducha reconfortante. Para nuestra desgracia, todavía no han llegado las mochilas, con lo que toca hacer tiempo tomando una cerveza en un local cercano. La tapa que nos ponen –una porción de empanada a trozos- viene y va, de manera que en cuanto te sirves el camarero se la lleva a otro cliente que esté apoyado en la barra, sin retorno a menos que la reivindiques.
Tras la ansiada ducha, nos vamos a comer a una pizzería con un propietario bastante singular y con unas suculentas y enormes pizzas y las paredes del local abarrotadas de mensajes sobre El Camino de Santiago. De hecho, el propietario, italiano, se instaló allí al conocer el municipio haciendo el recorrido con final compostelano.
El momento del reposo
Llega el momento del reposo, que suelo dedicar a escribir, y el posterior paseo. Comparo las comisiones de los tres cajeros céntricos, que rondan entre 2,90 y 1,80 euros.
Me acerco a la tradicional misa del peregrino, abarrotada y con mensaje final del cura, que pide a quienes peregrinamos que nos acerquemos al terminar la homilía. Prácticamente lo hacemos casi todos los presentes. Un pequeño sermón y unos cantos, con la emoción que transmiten las lágrimas de una peregrina (cada cuál sabe lo que arrastra en su interior), ponen el epílogo.
Me encuentro algo regular y creo que se debe a lo poco que me he hidratado en la larga, calurosa, ascendente y descendente etapa de hoy. Empiezo a remediarlo tomándome una bebida isotónica con Toni y José María en la pizzería del italiano caminante, y luego otra, delante de una tabla de quesos, con Evarist, Daniel, Carlos y Mari-Ángeles en una quesería.
Mi vecino de litera, roncando
Cuando retorno a la habitación mi ´vecino´de la litera de arriba ya está roncando. Apenas son las diez de la noche, las luces están encendidas y la gente entra y sale, aunque parece que no resulta un problema para alguien de buen dormir como el citado peregrino, poco saludador –algo inusual en el camino-, por cierto.
Después de aguantar un rato, y con algunas caminantes más tratando de acurrucarse en los brazos de Morfeo, me levanto y apago la luz central de la habitación con 24 huéspedes. Son las 23 horas de la noche del día con más kilómetros de El Camino de Santiago. Mi aparato de teléfono móvil marca que he superado los 47.000 pasos.
Próxima etapa Arzúa-O Pedrouzo.